Hambre
Un cuerpo frágil y hambriento que se arrastra desvanecido ante el umbral del hambre profana, concibe sus huesos en su totalidad pegados a una piel áspera que lucha débilmente. Es una lucha por la vida que se monta sobre sus delgados hombros y espalda casi expuesta. Como si recitara su última plegaria al oído de la tierra seca. Oh, tierra maldita que arrebatas la vida. Saciar la sed se ha vuelto una ilusión ante el arrebato del viento que sólo arrastra a la tierra y a los lamentos. ¡Qué desdichada se ha vuelto la humanidad que olvida al niño hambriento! ¡Qué desdichada es la tierra ante la venganza cruel de no conceder cultivo alguno! El niño desvalido monta su frente en el suelo hirviente, como si esperara un milagro: una gota de lluvia, un viento templado, una hierba fresca que pueda masticar. Imagina que mastica comida de verdad. El infante recapitula su corta vida, sus enemigos constantes siempre fueron la sed y el hambre. Él ahora no quiere juguetes, no quiere ropa de moda, no necesita internet, no le pasa en los pensamientos el último celular de moda impuesto por el dios mercado. Él solo quiere, tomar agua, él sólo quiere llevarse un bocado a la boca. Pero la vida es cruel, sumado a la terrible hambruna y sed, hay un tercer enemigo: un buitre carroñero. Ahora la muerte se disfraza de plumas y graznidos. La muerte contempla la obra de dios. Es paciente, no tiene que hacer esfuerzo alguno, intuye que el pequeño ser ya no jugará con su familia; lo ha abandonado a la deriva y, probablemente, han perecido el mismo destino. ¿Será la ley de la vida? ¿Se necesita de la muerte para que haya nueva vida? ¿Por qué el hambre del niño vale más que la del buitre hambriento? El desvarío se hace presente, —qué frágil es el ser humano ante la realidad, de un día a otro, puede borrarnos de la tierra sin misericordia—. La muerte espera junto con el hambre, el hambre del buitre y el hambre del niño. Siempre ha habido algo de muerte en el hambre. Algo muere cuando se come. La comida del buitre es la vida del niño, el hambre del niño es la humanidad que lo ha olvidado. Las nubes le dan un poquito de tregua al niño que se arrastra débilmente. La sombra le otorga unas últimas inhalaciones y exhalaciones. El buitre espera. La lluvia por fin llega, una gota de lluvia cae sobre su nuca desbaratada sobre el suelo. Pero ya es tarde. Ya es tarde toda esa agua acumulada sobre su cadáver. El niño ya no se arrastra, el buitre finalmente puede saciar su hambre.

