Rojo atardecer
El teléfono de color negro con lunares blancos sonó, interrumpió el sueño de Larissa. Contestó, escuchó de manera atenta, se frotó sus glúteos desnudos, se acarició de manera juguetona sus pezones firmes. La llamada concluyó. Larissa bostezó, volvió a su cama, volvió a soñar. Despertó de golpe, miró el espacio de sobra en la cama, su amante se había ido sin hacer ruido. El humo del cigarrillo abrazó los rayos del sol provenientes de su ventana. Por alguna extraña razón, no dejó de pensar en la llamada, no dejó de sonreír aún después de bañarse y arreglarse para ir a su oficina en sábado por la mañana. Se montó en su Jeep color rojo que combinaba con su blusa y el color del labial propagado en sus labios gruesos. Una vez que salió de la carretera para entrar en la ciudad de Río de Janeiro, se tropezó con un tráfico descomunal. En el retrovisor se asomó su mirada previa a ajustarse sus gafas negras de sol. Pasó el tráfico vehicular. Larissa sólo vislumbró la conglomeración de gente reuni