Persea Sánchez


Una viejita advirtió a Cristóforo, (dueño de la vecindad del barrio) que su nieta le daría "cuello".
—No me chingue doñita, pues ya ni qué hacerle, haré lo posible para que no me den matarile, mientras…, sea lo que dios quiera. —eructó Cristóforo, mientras se limpiaba la espuma de la boca de un sorbo de cerveza bien fría.
Ya de retache en el cantón, Cristóforo, encerró a Daniel, su único chilpayate, en el cuchitril más alto de la vecindad, con una puerta negra y tres candados, custodiado por el Borras, un perro de la calle bien canijo. Su padre le llevaba siempre su guajolota en persona todas las mañanas.
Pero un buen día, Sofía (la chamacona más bonita de la vecindad) se enamoró de Daniel a primera vista. Mientras Daniel, pelaba lágrimas de cocodrilo por su ventanita del baño. Así, una noche, Sofía emborracho a Cristóforo y liberó a Daniel, hicieron sus cositas detrás de los tanques de gas, y así, fue como concibieron a Persea Sánchez.
Al enterarse, Cristóforo, de que iba a ser abuelo, se montó en cólera y corrió a Sofía y a Daniel de la vecindad. No obstante les dio su bochito amarillo, dos tortas de jamón, dos cocas, y les dijo que se fueran a la chingada, que nunca volvieran y se mantuvieran lejos del barrio. En su obsesión, le pidió a su amigo, Pedro, alias el Buches, que les echara un ojito a ambos tortolos con la torta bajo el brazo.
En su camino de Sofía y Daniel, se les descompuso el bocho y dieron con un mecánico llamado: Serafín. Les arregló el bochito amarillo y les dio chamba a ambos en su local de hojalatería.
Los años pasaron y, Persea Sánchez, creció entre olor aceite de carros y tortas cubanas de la esquina de su casa. Sofía, su madre, abandonaría a Daniel y a Persea, ya que Sofía, era de ojo alegre y se dejaba conquistar por cualquier muchacho de buen físico. Así que se casó con el Brayan de otra Colonia, que tenía su banda de narcotráfico llamada: Los Mitológicos.
—Esos cabrones hacen lo que se le hinche su regalada gana. —exclamó, Daniel, todo agüitado mientras comía una torta de chorizo junto a Persea.
Volvieron a transcurrir los años. Persea, ya era una mujer independiente con arduo conocimiento en mecánica. Los hombres se sorprendían de lo fuerte y sabía que era para arreglar cualquier carro del barrio.
Un mal día, el Brayan llegó al local de Persea Sánchez, diciéndole:
—Tu jefecita se ha descuidado mucho, ya no me plancha, barre, ni cuida del cantón. Si la quieras de vuelta, te ofrezco un trato morra.
—Pos echa la sopa ruco. —exclamó Persea, mientras arreglaba el motor de un pesero con calcomanías de bugs bunny.
—La cosa esta así, hay un vato que es bien piedroso y me debe una luz, le dicen el Medulas. Pero la neta no sé donde vive el cabrón, hay un wey que puede saber y te puede ayudar a dar con el Medulas, es un carnal que se llama: Artemio, ese wey te echará la mano. —Artemio tenía un pasado con el Medulas y se odiaban a muerte.
Una vez dado con el paradero de Artemio, Persea Sánchez, le contó el zafarrancho que avecinaba. Artemio, era lanchero de Xochimilco, en una chalupa con su compa el Hermenesio. Dotaron de los mejores consejos y armas a Persea, para que así, le diera cuello al Medulas. Por casualidad, pasó la Nayeli en una chalupa más pequeña, ella sabía con lujo de detalle donde vivía el Medulas. Tenía Persea que adentrarse en lo más profundo del tianguis en el barrio Tartarito (lugar de mala muerte). Artemio y Hermenesio, dotaron a, Persea Sánchez de un machete muy fino y una anforita de agua ardiente para armarse de valor.
Persea, llegó al barrio, Tartarito, se metió hasta el fondo del tianguis de los domingos. Borrachos y drogadictos verían muy feo y con deseo a Persea.
Una vez llegado al cantón del Medulas, Persea Sánchez, lo encontró todo drogado y con su piedra a un costado que recién había fumado. Persea, no lo pensó dos veces, le dio matarile cortándole el pescuezo con su machete. Al realizar su cometido y a punto de salir del cantón del Medulas. Pensó en toda la piedra que tenía el Medulas, y que podía vender ella misma, para mejorar su local de mecánica. Salió Persea, con toda la mercancía del Medulas, que ya había colgado los tenis. Mientras salía del tianguis, en un puesto de verdura, un chico humilde le gritó a Persea Sánchez al verla pasar por su puesto:
—Pásele güerita, sí hay, sí hay… —Persea, se enamoró al instante de aquel muchacho de nombre: Andromeriano Pérez.
Los dos cayeron enamorados y muy en el fondo sabían que siempre estarían juntos. Andromeriano, le encargó el puesto a su jefecita doña Casiopea, dueña de varios puestos de verduras del tianguis de la Tartarito.
Estando a punto de salir de aquel barrio de mala muerte, los atoró una patrulla a Persea y a Andromeriano.
—Ya les cayó el chahuistle morrillos. —exclamó con prepotencia, el oficial Atlas—. Si no le caen con una mordida, los voy a trepar a la patrulla.
Persea, solo pudo ofrecerle el agua ardiente que traía, y unas cuantas piedras al oficial Atlas. Éste, bajó sus gafas lentamente mirándolos con ingenuidad. Guardo silencio por unos breves segundos y les dijo:
—Ya están morros, por ser la primera vez se las paso, pero me quedo con lo que me ofrecen y hay chitón si van con el chisme a alguien.
Pasando el susto, Persea llegó con el Brayan, y su banda: los Mitológicos. Les contó de su hazaña y les vendió toda la piedra que le quitó al Medulas. Liberando así a su madre Sofía del martirio de estar con todos esos malandrines, haciendo que su padre, Daniel, se sintiera más tranquilo. El Artemio, también se encontraba ahí y se sentía muy contento mientras todos se drogaban y bebían pulque. Persea Sánchez y Andromeriano Pérez, se abstuvieron de drogarse y solo bebieron un curado de mamey que estaba en su punto.
Pasaron los años, Persea y Andromeriano, se hicieron de un cantón muy fresón, un local de mecánica automotriz muy profesional. El negocio era de los dos, Andromeriano, tomó el puesto de secretario de Persea, mientras que Persea hacía lo que más amaba, arreglar cualquier vehículo que arribaba al negocio.
Una tarde calurosa, arribo Cristóforo al local de su nieta, Persea. Cristóforo, muerto de curiosidad de ver con sus propios ojos todo lo que le había contado su valedor el Buches respecto a su nieta, hija de su hijo Daniel. Llego con su nuevo bocho, que ganó en una apuesta que consistió en ver quién era el que podía orinar a gran distancia detrás de su vecindad, siendo ,Cristóforo, el ganador. El bochito, que ganó no estaba bien de los frenos y pensó que su nieta podía arreglárselos gratis.
Persea, vio llegar a ese viejo con algo de rencor en su mirada, acepto arreglar cuanto antes los frenos del bocho usado de su abuelo para que se largara lo antes posible. Cristóforo, se limitó a contar chistes de muy mal gusto mientras recorría el local de Persea. En cuanto lo arregló, Cristóforo, se marchó con su bocho cuidándose de los baches de la colonia y sacó su brazo izquierdo por la ventana del auto, pintándole una señal a Persea, con el dedo de en medio.
—¿Quién era ese hija? —preguntó Daniel con intriga mientras Sofía y Andromeriano, veían como se alegaba aquel bocho en el atardecer junto a Persea.
—No era nadie, solo un cabrón que no vale la pena. —exclamó, Persea Sánchez mientras suspiraba.
A punto de llegar a la vecindad, Cristóforo intento frenar en una bajada previa a dar vuelta a la vecindad. El bocho no frenó, estrellándose en un puesto de tortas que se encontraba cerrado. Cristóforo, murió instantáneamente. Su cráneo se rompió en varios pedazos debido a la velocidad que iba en la bajada. Cumpliéndose así, la maldición de aquella viejita que le dijo a Cristóforo, varios años atrás.

JNR

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