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Mostrando las entradas de mayo, 2020

Rosario

Soy como el pez de los abismos, ciego.   A mí no llega el resplandor de un faro.   Perdido voy en busca de mí mismo.   Juan José Arreola.     Llego a la cita pactada de tu presencia ornamental que yace inerte como si me estuvieras esperando desde hace mucho tiempo atrás fragante en tu paciencia vigorizante. El amor carece de respuestas para dicho encuentro entre tú y yo, simplemente nos acontece y nos abrazamos sin apariencias. Tu nombre simula el instrumento para rezarle a mis más íntimos pecados en la rutina de tu ausencia, querida Rosario. En tu entrada te resguardan unas arqueadas barreras de cristal que se deslizan amablemente, dejándome entrar en los latidos de tu corazón. Al armarme de valor, me introduzco dentro ti con ingenuidad y asombro. Tu colosal perímetro desarma mis pupilas expectantes. El techo de tu ser me trasporta a un recinto africano acompañado de tus plantas que desbordan una delicada y húmeda naturaleza. Me siento un microbio vestido de inocencia que

Reflejo

Me observas mientras escribo frente al espejo. Cruzamos la mirada tajante, retadora, los dos nos odiamos a pesar de compartir el mismo rostro, queda en mi egolatría la sensación frenética de no saber si yo soy la persona real y tú el reflejo de mi ser. Te veo escribir de igual manera. La intriga me abofetea insinuando mi inocencia. Será acaso que yo sea el reflejo y ordenes a mi alma y cuerpo copiar cada movimiento que haces. Dirijo mi atención al texto frente a la computadora para darme cuenta de algún error ortográfico, para que así no me juzguen mis lectores al momento de leerlo. Vuelvo la vista hacia el espejo esperando volver a intercambiar miradas; más sin embargo, noto que sigues escribiendo. Mierda, esto debe de ser un sueño, sí, de seguro me quedé dormido y estoy teniendo una pesadilla. Me impresiona la intensidad de verte seguir escribiendo, denotas furia, una   mirada tan esquizofrénica. Trato de serenarme al pellizcarme en mi brazo derecho; me ahoga la ficción. No estoy s

El origen

En el comienzo de lo inexistente la oscuridad emergía abrazando al universo en un velo carente de ruido y gloriosa soledad. El espacio yacía ausente de luz y vida. Cuando de repente…, un chispazo provocado cual fósforo encendido a una velocidad que declamaba iluminar el terreno baldío de lo desconocido por pupilas cristalinas de miradas místicas, revolucionó la galaxia enteramente y radicalmente, haciendo así, una detonación catatónica descomunal arrastrando consigo una expansión telúrica que se esparció y dio origen a la vida, todo esto acompañado del riesgo que los dioses preveían de la certeza de lo causal que sería crear una estrella nueva llamada sol y demás planetas en una naciente galaxia. Dicha riesgo, contenía la letal causalidad del efecto de atraer seres ajenos provenientes del inmenso cosmos infinito, seres corpulentos de una talla divina y de una envergadura majestuosa, dispuestos a obtener el dominio de cualquier luz destellante a como diera lugar en el cosmos. Al arriba

El guardián del jardín

La luminiscencia del sol cabalga en trayectoria por debajo de mi puerta siendo esta el único signo de luz en la cavernosa habitación que da hacia el opulento jardín verdusco. (Un pedacito de naturaleza domesticada en la comodidad de mi hogar). Aquel zorro blanco como la nieve, añora salir a realizar sus necesidades fisiológicas. Al no aguantar más, mis ronquidos envueltos en las sábanas polvorientas le provocan una mirada de hartazgo hacia a m í . Decide traspasar la puerta con su perspicaz magia para perderse así entre los arbustos danzantes. Al adentrarse hacia la naturaleza viva, se liberan pequeñas esporas que viajan con el viento hacia la habitación escurriéndose bajo la puerta en dirección hacia mi profunda respiración. Ya para ese entonces mi boca estaba a punto de derramar un gran río de saliva en la almohada. —Diablos..., ¿qué hora será? —balbuceé desde el limbo de los sueños aún semidormido—. Yiko…, seguro volvió a desesperarse y salió sin mí. Creo que soy un mal guardián

Nostalgia andante

Caigo en cuenta del tesoro que carga mi corazón. En los sueños; mi infancia transcurre a colores, arruinando la sonrisa amarga que brota a ratitos por el simple hecho de observar mi reflejo: ya viejo y descolorido. Caigo en cuenta de que las banquetas de la calle ya no son más el escenario, donde múltiples historias juguetonas derrocharon alegría. Caigo en cuenta de que mis juguetes se han vuelto tumbas mudas incapaces de relatar los relatos más épicos que en un momento se regocijaron de contar con los finales más emotivos que ni Hollywood podría llegar algún día a concretar. Caigo en cuenta que el tiempo y los espejos son los grandes señaladores que sentencian mi ahora inexistente infancia corporal. Caigo en cuenta que mi sombra ya no juega conmigo, que los días son más largos, y que al dormirme en el sillón ya no despierto por arte de magia en mi cama. Caigo en cuenta que la voz monstruosa que me obligaba a comer de niño, simple y llanamente se preocupaba por mi bienestar