Rosario

Soy como el pez de los abismos, ciego. 
A mí no llega el resplandor de un faro. 
Perdido voy en busca de mí mismo. 
Juan José Arreola.

    Llego a la cita pactada de tu presencia ornamental que yace inerte como si me estuvieras esperando desde hace mucho tiempo atrás fragante en tu paciencia vigorizante. El amor carece de respuestas para dicho encuentro entre tú y yo, simplemente nos acontece y nos abrazamos sin apariencias. Tu nombre simula el instrumento para rezarle a mis más íntimos pecados en la rutina de tu ausencia, querida Rosario. En tu entrada te resguardan unas arqueadas barreras de cristal que se deslizan amablemente, dejándome entrar en los latidos de tu corazón. Al armarme de valor, me introduzco dentro ti con ingenuidad y asombro. Tu colosal perímetro desarma mis pupilas expectantes. El techo de tu ser me trasporta a un recinto africano acompañado de tus plantas que desbordan una delicada y húmeda naturaleza. Me siento un microbio vestido de inocencia que recorre tus entrañas textuales. El mutismo que te envuelve me hace percatar que dejas entrar a cualquier persona, y no sólo a los amantes de letras, si no a seres de paso ansioso y firme, sedientos de llenar sus carteras con el dinero que adquieren de tus servicios. El capital monetario y la prisa que los sumerge, no les permite apreciar tu colosal belleza como yo lo hago. Me tomo un descanso de lo imponente que resulta tu presencia a mis sentidos, cordialmente tenías ya predispuestas unas sillas para tus invitados, y sólo yo aprovecho tan gentil gesto tuyo. Resguardo mi cansancio que provocan mis pies cansados y hambrientos de ti. Los demás invitados que abordan a tu estancia entran en estado frívolo, ya que sin tapujos y sin pena, simplemente te toman, desorganizando el orden impuesto por tus fieles mozos que se encargan de preservar tu limpieza y orden magistral. Respiro profundo y decido adentrarme aún más adentro de ti. Recorro tus pasillos, tú me observas a cada instante, dejando que el silencio nos envuelva en un ir y venir de nuestro cortejo visual. Al agacharme en tu piso, me envuelvo en sábanas invisibles ante los centinelas de tu protección en la atmósfera con olor a tinta. Mentes más sabias e intelectuales recorran tus callejones, pero entre nosotros sabemos que lo nuestro es especial y eterno. Tus espacios no están únicamente reservados para el comercio. Sino, también, das cabida a obras donde tus gritos son la opera de mi odisea. Manejas un vasto gusto cultural, atrapándome en la marea universal que puedes llegar a tener. Me dejo absorber, ahogándome en cada página que envuelve tu titánica figura. Somos dos planetas en colisión en nuestras distintas dimensiones. La funesta realidad hora ha dejado un rastro de esencia que los dos hemos decidido no continuar más. La fantasía impera en la biósfera de tu complexión, inflando cada suspiro en la bocanada de tu aroma recayendo en mis pulmones, respirándote vivazmente los nervios de nuestra simbiosis. Al fin provocas que te invite un café para que la soledad siga confundida dejándonos solos en nuestra fugaz sinfonía donde reina el silencio. El tintineo de la cuchara disolviendo el azúcar en la taza de porcelana interrumpe la calma que nos apacigua. El sudor en mi frente y la torpeza de mis nervios deciden acompañarnos, el cortejo nunca ha sido mi religión, pero al verte ahí, estática, invisible, tan irreal, te vuelves una diosa que veneran mis latidos. Al consumarse y extinguirme en el brebaje proporcionado por la cafeína, nos envolvemos en una nueva capa imperceptible, me elevo frente a los presentes y me observan con ojos de cansancio al saber que es mi primera vez y la inocencia es nuestro elegante carruaje. Aun así, no nos importa, nos sumergimos en el río de tus espasmos donde flotamos con los brazos extendidos alrededor de nuestra jungla escrita. Tus firmes aposentos son testigo de aquel acto mágico en que el amor inyecta en tus caderas; cuando uno vuela alto, la caída es insaciable. Me dejé llevar con la efusividad de nuestro primer encuentro, arrebatándote la inocencia, fui muy lejos, a tal grado de estar flotando realmente en tu perímetro de escritura. No me importaba como bajar, estaba a punto de descubrirlo. La realidad y los celos de mi soledad pelaban las miradas enfurruñadas de los celos que agobiaban. Ya tenían un arsenal de proyectiles listos para hacerme caer. El primer impacto, lo recibí en el área de literatura. La soledad agarró vuelo y lanzó el primer proyectil de páginas en dirección a mi cabeza, acertando en ella, dicho ejemplar era: Pensar sin certezas de Jesús Navarro Reyes. El golpe me hizo descender un metro del techo, la sangre escurría en la sección de novela histórica, manchando así el ejemplar de la editorial Planeta: Tierra Roja de Pedro Ángel Palou. La soledad cerraba un ojo para fortalecer su puntería. Gritó al acertar en mi costilla derecha, el ejemplar que se había hundido en mi complexión robusta, había sido: Anarquía Estado y Utopía de Rober Nozick. El golpe me hizo caer aún más, la realidad y la soledad asomaban una sonrisa de satisfacción en sus rostros. No cesaron, continuaron su vengativa práctica, escudriñando más libros en sus catapultas escritas. Traté de hacer alguna maniobra evasiva; era la primera y jodida vez que volaba alto, apenas y me la creía. Tú sólo llorabas al verme caer poco a poco al suelo. En la zona de sociología, volvieron a dar en el gran blanco. Esta vez me harían caer al suelo con los libros de: En el camino de Jack Kerovac y La Era del Vacio de Gilles Lipovetsky. Dando así su golpe final en mi cuerpo que yace en un charco de sangre, la soledad se alza victoriosa en nuestro escrito. Coreando mí realidad con alegría de que sería el último porrazo que culminaría toda esa fantasía que la gente a mí alrededor observaba con indiferencia. En eso, y antes de chocar el ejemplar en dirección a mi cabeza. Apareces, ya harta de tremenda escena sangrienta y con llanto en los ojos, tu figura humana deja escapar las lágrimas en cámara lenta al defenderme con el libro: Requiem para un Ángel de Jorge F. Hernández. Mi realidad y soledad, no lo podían creer. Corrieron despavoridas ante tu presencia física, tus lágrimas pintan mi cuerpo moribundo de melancolía. Me abrazas fuertemente dejando caer una gota de tristeza en mí colorida y ensangrentada frente. Despierto…, mi mirada se torna un tanto borrosa, las personas alrededor dibujan sonrisas en sus rostros por haber despertado, suspiran de tranquilidad anunciándome la noticia de que tanta cafeína había hecho que me desmayara. Nuestro encuentro terminaba mientras te contemplo de lejos mientras me transportan en una ambulancia. El tiempo transcurrió, aún no podía reconocer que había arruinado nuestro primer encuentro. Me dediqué a escribir aquella historia con la memoria que nunca me dejaría olvidar. Espero algún día, ser parte de tus pasillos, ahora el tiempo se encarga de hacerme viejo, sonrío al saber que por fin me atrevo a escribir nuestra historia. Los hilos invisibles de tu cuerpo aún recorren mis hombros, te miro de lejos sin saber quién soy. Me guiñes un ojo deseándome la mejor de las suertes. Tu recuerdo acelera mi corazón arrugado, caigo en el pavimento. Cierro los ojos ante mi partida de este mundo. Escucho un grito de asombro masivo entre ángeles. Al volver abrir mis ojos. Yace mi cuerpo flotando una vez más junto tuyo. Mi amada librería, Rosario Castellanos.

JNR

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