Dos potros
El Potro
—Ya
vamos a cerrar ex candidato, será mejor que le llegue de aquí. —anunció el
cantinero con cierta tensión en sus palabras.
—Mi nombre es Jaime Buendía, alias “El Potro”.
—¡Qué
pinche jodido estoy! —balbuceé entre dientes—. Mendigando un último pinche
trago en una decrepita cantina de mala muerte. El alcohol es el único que me
entiende ahora. Este aleja mis extrañas visiones, la maldita rabia de pensar en
cómo todo se fue a la mierda. No sólo perdí la candidatura a la presidencia
hace unos meses, sino mucho más...
Tras
mi derrota, ya nadie creyó en mí. ¡Qué lejos estaba esa sensación de sentirme
el futuro presidente de un país! Más el apoyo de la gente que se decía mi
familia y amigos. Salgo de este puto lugar nauseabundo. Me dirijo a mi nuevo hogar,
una pequeña casa rodante, después de que el gobierno me quitara mi rancho, me
alejé de la política, ahora trabajo en una feria que va de pueblo en pueblo. Me
maquillo la cara de payaso, la gente me avienta monedas, estas dándome siempre en
la cara. Por fin llego a mi humilde casa rodante donde me desmaquillo frente al
espejo. Las lágrimas al despintarme brotan sin control chorreando lo que queda
de la pintura facial. Seguidamente de borrar a ese personaje de sonrisa falsa
de mi rostro, el único foco de la habitación comienza a parpadear, tardándose cinco
malditos segundos en apagarse para volver a encenderse. Ante dicha iluminación.
Me encuentro frente al espejo apuntándome con una pistola en la sien, sonrío de
tristeza y aprieto el gatillo. ¡Clic! ¡Clic! —¡Qué patético! Ni siquiera me
alcanzaba para comprar balas.
Detrás
de mí, se asoma la delicada mano de mi hija Consuelo, escucho susurrar su voz:
—Basta..., deja de buscar la muerte. El show
tiene que continuar. —exclamó con lágrimas descendiendo de sus mejillas.
¡Qué
irónico! Ahora sólo vivo para Consuelo y Ulises. «Pensar en lo atroz que hizo tu
madre». Es caer en el descontrol de mis pensamientos con rabia. ¿Quién diría
que me iba a poner el cuerno con Ulises? Ahora él sería mi fiel compañero junto
con Consuelo.
Tiro
los papeles de mi análisis psicológico donde me califican de esquizofrénico.
Caigo en la pinche cama sobreviviendo otra maldita noche más.
Sandra
No
culpo a nadie por mis actos, más que a mí. Soy culpable de que todo se fuera a
la mierda. ¡Malditas ansias de lujuria, me alejaron de mi familia! Y es que yo
deseaba ser la primera dama; ese pendejo en parte también tiene la culpa. Quedó
en ridículo en televisión nacional. Sus chistes en los debates de campaña, me
hacían sentir una terrible vergüenza de ser su esposa. Aún así, fingía una
débil sonrisa frente a los medios de comunicación al acompañarlo algún lugar
para que votaran por mi «Potro».
En
un descanso de esa agotadora vida política, y en el cumpleaños número 18 de
Consuelo, mi hija a quien tanto quería, Jaime le regaló un caballo, era
hermoso, todavía lo recuerdo, parecía una máquina insaciable, tenía un porte magnífico, digno de un animal tan salvaje y puro.
Consuelo gritaba de felicidad cuando montaba a su nuevo corcel.
—Mira
mamá, mira mamá, puedo montarlo. —increpó Consuelo con alegría.
—Yo también
quisiera montarme en él. —murmuré.
Al
estar siempre sola en casa, no hacía mucho, los criados hacían todas las
labores domésticas en el rancho, ya que debía aparentar una imagen campirana en
su campaña para facilitar votos a su favor. Por alguna extraña razón, no dejaba
de pensar en el caballo de Consuelo. Busqué en Internet con una curiosidad
intensa que gritaba desde mi pecho y de mi parte más sedienta y húmeda de
placer. El miembro de los caballos mide 50 centímetros en reposo, y en estado
de erección llega a medir entre 90 y 95 centímetros. Al apagar la computadora y
limpiarme la saliva de la boca. Corrí a visitar a tan elegante corcel en su
corral. Mi hija había nombrado al ardiente cuadrúpedo: Ulises; Consuelo no se
encontraba por ahora, ya que se había ido a otra maldita gira política con el
pito chico de mi marido. Esta vez no era requerida mi presencia en dichos actos
políticos, mi esposo necesitaba de Consuelo para conseguir más votos. ¡Qué asco
de vida es esta! Aproveché mi soledad, delante de mí se encontraba Ulises
esplendoroso. Le acaricié lentamente su falo. Tan magnífico potro relinchó de satisfacción
al sentir mis labios vaginales escurriendo de calientes.
—¡Qué
hermosa es la vida! Teniendo tremendo miembro venoso penetrándome y llenándome
de placer…
Potro
Verlo
galopar era adentrarse en un cuento de vaqueros del viejo oeste en cámara
lenta, resplandecía con fuerza en su espalda un rojo sol que afirmaba su belleza,
realzando así su musculatura de tan sublime potro. Será un magnífico regalo para
Consuelo; ahora que lo asimilo, también me ayudará para mi campaña. «Está
hermoso el puto animal». Di una gran cantidad de dinero para comprar a ese reluciente
potro. Moría de ganas por ver la
expresión de Consuelo y Sandra, mi esposa. Creo que este animal se convertirá
en el nuevo integrante de la familia Buendía.
Más
tarde, les mostré su regalo a mi hija y a mi mujer, quedaron maravilladas. Sus caras
brillaban de regocijo. Aunque, la cara de Sandra reflejaba un extraño semblante
de satisfacción y agitación en su respiración.
Maldito
Ulises, era el dueño de mis desgracias. Fue al regresar de gira con Consuelo.
Mi hija y yo, encontramos a Ulises penetrando a la posible futura primera dama
de México.
Ahora
relincha y me llena de insomnio todas las noches. Lo odio, me quitó todo lo que
amaba. Tras la separación y divorcio, continué con la campaña electoral. Triste
y sin motivación, aparentando felicidad, quedé en total ridículo, derrotado
así, perdí todo apoyo de colegas políticos. Pasé algunos meses asimilando mi
derrota con depresión. Me alejé de la política, incurriendo así en el
entretenimiento circense en una feria que visitaría un pueblo nuevo cada mes
del año.
Cierto
día, Consuelo montó a Ulises para dar una vuelta, ella no odiaba a Ulises por
ver a su madre en pleno acto de zoofilia. Ulises siempre lamía las mejillas de
Consuelo; pero, esta vez algo sucedería. Un día después de terminar de
maquillarme, escuché un grito que desgarró mi corazón, deseando no haberlo
escuchado jamás. Ulises había entrado en pánico, se alzó en dos patas tirando a
Consuelo bruscamente de su espalda. Cayó de una altura de dos metros, su cuerpo
azotó en los juegos mecánicos de la feria. Consuelo murió instantáneamente tras
chocar su cabeza con tremenda fuerza. Enterré a mi dulce hija ese día. Ulises
no sabía lo que había hecho y lamía mi mejilla en el funeral.
Consuelo
Me he convertido en lo que
más temía, todas las noches en la casa rodante donde nos hospedábamos mi padre
y yo. Solía ver películas de fantasmas. Ahora…, sólo mi padre puede verme.
Cuando cumplí 18 años, mi vida predecía un gran porvenir, era hija de un
candidato político, adoraba mucho a mi madre, aunque casi no la veía por
acompañar a mi papá en sus campañas la mayor parte del tiempo.
—¿Quién diría que al ver a
mi madre arruinando el matrimonio de mis padres, no me afectaría? —repliqué
Continué amando a Ulises
para siempre. Siendo este que por accidente, me arrebatara mi vida. Ahora sólo
deambulo en el remolque de mi papá evitando que se suicide. Lo abrazo con
ternura y cariño, cada noche llega borracho de alguna cantina de mala muerte
que se encuentra en cada pueblo.
Lo acompaño con una sonrisa, permanezco en una eterna juventud montando a mi reluciente corcel. Mi padre sabe que estoy muerta, ya no importa, Ulises sigue sin percatar lo que hizo. En los pueblos corre la leyenda de un payaso esquizofrénico de feria que habla con un fantasma y que consuela todas sus noches. Lo arrebato de sus pensamientos de muerte, lo lleno de fuerza para que el show deba continuar con la mejor de sus sonrisas. Mi nostalgia no me ha permitido irme, no sé qué harían aquellos dos potros sin mí.
JNR