Papaíto

Te lloro a cada gotita de lluvia que se estrella en la ventana. Mi dedito sigue las gotitas hasta su desaparición. Cada aliento mío empaña la atmósfera donde dibujo caritas con sonrisas falsas.  

—¿Dónde estás papaíto? ¡Vuelve, abrázame una última vez! 

Las luces de los automóviles palpitan al ritmo de mi corazón que lo extraña.

El sonido de la lluvia acelera su fuerza ante el cristal. Mi esperanza se marchita mientras abrazo con más fuerza a mi osito de peluche. 

Lo que daría por conocer el mundo y correr en dirección hacia tus brazos. Sólo me perdería allá afuera preguntando a gritos por tu presencia. 

Mis pestañitas chocan cada vez más y más con la ventana empañada de tristeza. Mi papaíto…, con un abracito tuyo sería la noche más tibia en todo el mundo. Me hubiera gustado que otras palabras hubieran envuelto tus oídos al despedirnos y saber que me llenaría de tu ausencia. 

—¡Brillen lucecitas! Hagan que cada gotita se vuelva de un color diferente y tráiganme a mi papaíto de regreso.

Era la primera vez que sentía de lleno la soledad, la primera ocasión en que mis padres me dejarían en cuidado de mis abuelos. Mi abuelo se conmovería al verme llorar frente al gran ventanal vociferando con nostalgia la ausencia de mi padre alegándose en su coche. ¿Por qué siempre que lloro es de noche y llueve? Mis momentos más felices están abrazados por la luz del sol; en cambio, los recuerdos más tristes son en la oscuridad donde las luces de los faros no alcanzan a iluminar mis lágrimas.

Canto de día con suspiros,

acaecen con oscuridad,

vientos resonantes, cálidos,

gotas heladas resuenan en aromas.

Dualidad resumida, muerte y vida,

cortejo funesto embriagante

con gracia bendita

el espíritu de barro

resuena hueco un instante;

empapado de tristezas,

gotitas nacen perplejas.

Papaíto no tardes,

perdona mi insistencia.


JNR

 

 


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