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Mostrando las entradas de julio, 2020

Ayukoto y Amishanti

Ambos desconocían la gran constelación que disiparía su grandilocuente amor en aquella noche de fugaces estrellas. Esta es la historia de Ayukoto y Amishanti. Era una tarde de lluviosa en la ciudad de Akamara Taganashi de 1995. En un rubor de mejillas y de inocencia, Ayukoto conoció debajo de una mesa de plástico en su cumpleaños número cinco a la niña que no volvería a ver dentro de treinta años y que se convirtió en su primer beso en un arrebato que ambos no se explicaron y no quisieron entender el por qué de su paradigmática atracción. En un clásico juego de escondidas entre varios niños y niñas, solo ellos dos habían elegido esconderse debajo de la mesa donde yacía el pastel del cumpleaños. Un mantel blanco bordado con figuras de flores Kosumosu de color púrpura fue la única tela que los mantuvo invisibles al resto del mundo. Ambos exhalaron respiraciones cálidas. El universo fuera de ese espacio reducido no existió por unos breves segundos. Ella tomó la iniciativa y sin conceder

Pasos

Una disimulada estrella susurra en el palpitar de tu ventana nocturna que calla la envoltura de tu cuerpo desnudo en sincronía con mi voz. Dos pasos, tres pasos, canto de mi llanto circunda al caminar. Danzas de lágrimas fúnebres, consuelo de ángel caído. Retumba cual violenta cascada el sonido del licor apoderándose de los vasos de cristal. Ya no hay abrigos para nuestros corazones que comienzan a llenarse de nieve en cada latido de su andar. Cuatro pasos, cinco pasos, el desdén de la monotonía mundana de mi compasión por abandonar el valle de tu recuerdo. Desdichada ironía la velocidad en que uno puede enamorarse de ti, pero quién me quitará la eternidad de nuestra separación en aquel maldito vacío del eterno suicidio que las huellas de tus besos provocaron. Seis pasos, siete pasos, bailo lentamente en un estado de coma interno que pudre mis más sinceras sonrisas. Ocho pasos, nueve pasos, la cuerda de un violín desafina en el tropiezo de nuestra torpeza. Diez pasos, callo yo, y tú má

Espina

La espina de tu indiferencia vacía los últimos suspiros  que yacen en el sosiego de mi corazón. Cada silencio tuyo es un faro de noche que se apaga  en la marea de mis lágrimas. Una tormenta de ausencia dibuja nuestro reflejo en la ventana donde se incrustan gotas de olvido. Un rocío  permanente de angustia  se esparce en el aire frío. Comienzo a olvidar tu rostro, tu nombre, tus caricias. Aunque tu figura a quedado en mi memoria en cada mujer que veo a la distancia. Me asusta saber que tu estilo es el molde de una joven generación que persigue falsas bellezas y disfraces de felicidad. A veces el destino se encarga de recordarme tu nombre, pero ya solo me causa risa lo desagradable que suena tu nombre en los labios que creen salpicarme de veneno, cuando ya resulta simplemente agua escurridiza. No te miento, sigo pensándote. No te miento, te estoy olvidando. Cada vez luces más borrosa y más lejos. La memoria me consulta cada noche con nuestros encuentros, pero solo es una autorización d