Ayukoto y Amishanti

Ambos desconocían la gran constelación que disiparía su grandilocuente amor en aquella noche de fugaces estrellas. Esta es la historia de Ayukoto y Amishanti.

Era una tarde de lluviosa en la ciudad de Akamara Taganashi de 1995. En un rubor de mejillas y de inocencia, Ayukoto conoció debajo de una mesa de plástico en su cumpleaños número cinco a la niña que no volvería a ver dentro de treinta años y que se convirtió en su primer beso en un arrebato que ambos no se explicaron y no quisieron entender el por qué de su paradigmática atracción. En un clásico juego de escondidas entre varios niños y niñas, solo ellos dos habían elegido esconderse debajo de la mesa donde yacía el pastel del cumpleaños. Un mantel blanco bordado con figuras de flores Kosumosu de color púrpura fue la única tela que los mantuvo invisibles al resto del mundo. Ambos exhalaron respiraciones cálidas. El universo fuera de ese espacio reducido no existió por unos breves segundos. Ella tomó la iniciativa y sin concederle permiso le robó un beso que hizo que ambos apretaran sus párpados donde visualizaron un cosmos reflejado en un lago donde se encontraron en una eterna atmósfera de amor que aquel extraño momento despertó en sus corazones. Ayukoto al abrir sus ojos notó que sus labios volvían a su inocencia de soledad, solo percibió el mantel que se levantó con una brisa de viento que provocó la esencia casi mágica de aquella niña sin nombre. Una lágrima aterrizó cual bomba atómica en el pastel de aquel niño que cumplió cinco años de vida, al buscar el rostro entre la multitud de la única persona con la que quiso pasar el resto de su vida no lo encontró en aquella marejada de aplausos tras haber soplado su vela de cumpleaños. Su único deseo fue un extraño brote de palabras que gritaron desde su interior: “En tu boca descansan mis más íntimos susurros”.

El tiempo transcurriría y un rayo de color purpura se reflejaría en la ventana de Ayukoto, siendo la resonancia de la tormenta el único ruido en aquel triste y solitario departamento donde sería su propio invitado en la celebración de su cumpleaños número treinta y cinco. Ayukoto crecería sin sueños, hacía lo que le decían los demás que hiciera. El único logro en su vida sería un bono extra de capital por salvar el pez de su jefa tras ponerse como escudo ante las garras del gato Ayukito: mascota de la dueña de la empresa.

En su bagaje sentimental conocería a varias mujeres que ante el primer beso se decepcionaría al no sentir nada que le provocara algún sentimiento catatónico con esencia a destino. Se aferraría a no estar con nadie que le provocara aquel fuego que yacía en su corazón ahora de cenizas. Esa promesa infantil lo hizo vagar de modo solitario, pasaría bastantes años sin amor en su vida, como si todo fuera un melancólico escenario que recorrería los mismos personajes una y otra vez.

Una noche harto de tal secuencia programada que el tedio de estar solo en el mundo le provocaría: se ataría a una soga en su baño, listo para suicidarse y terminar con la oscuridad que cargaría desde hace tiempo. Subiría al escusado, en su cuello se hallaba la soga que colgaba de un extraño tubo salido del techo. Al contemplar sus últimos segundos de tristeza, observaría un resplandor color purpura brillante a través de su pequeña ventana de baño que se alzaría cerca de donde vivió la mayor parte de su infancia. Cortaría con dicho acto que pagaría su pequeña chispa de vida, —él pensaría que sólo sería una pequeña pausa y que lo volvería a intentar después de averiguar aquel destello de luz púrpura— saldría de su departamento en dirección hacia el destello de luminiscencia. La noche se haría más y más brillante conformé caminaba hacia su antigua casa. El cielo parecía haber encendido todas sus estrellas en dirección a Ayukoto como si fuera el personaje principal en alguna obra de teatro.

Llegaría a su antigua morada, se daría cuenta que todo estaba oscuro y vacio. El torrente de luz purpura con pequeñas chispas de color rosa vendría directamente de la casa de atrás que nunca se habría tomado el tiempo de observar en toda su vida. Conocería a sus vecinos laterales, pero nunca le importaría lo que pasaba atrás de su casa. Se asomaría tras la gran valla de madera, sus ojos no creerían lo que presenciaría, era un lago rodeado de naturaleza llena de colores mágicos que brillarían al son de la cálida noche. Traspasaría como podría dando el mayor brinco que nunca había dado en su escueta vida. Sus ojos brillarían al compás del lago y el reflejo de estrellas que proporcionaría el reflejo del agua. Una música mística con tintes orientales entraría en escena dándose cuenta que todo era de colores a pesar de ser de noche. El pequeño fuego a punto de extinguirse en su interior, saldría chorreando como lanzallamas brotando con gran intensidad desde su pecho. Una atracción que no sentiría desde los cinco años lo conduciría al lago haciéndole introducirse en el agua profunda para el mediano patio que esbozaría dicho panorama. La vida mortal de Ayukoto terminaría en ese instante tras ahogarse y no salir a flote su cuerpo. La música pararía. La voz rasposa de una mujer de avanzada edad aclamaría en voz alta: “Aquí yace el lago Amishanti, lugar místico, llamado así en tributo al nombre de aquella pequeña niña que se ahogo hace treinta años. Era hermosa y contagiaba una felicidad inmediata al contemplar su sonrisa. Contenía cierta esencia que tienen las personas que sabes que tendrán un brillante destino y que solo se conoce una vez en el tiempo en que uno pasa por el mundo. Gran tragedia su accidente de Amishanti… Pero al menos hoy brillas más que nunca y respiras en el viento una sensación de paz”.

Dos flores Kosumosu sin tallo brotaron a la superficie del lago Amishanti, bailarían en círculos en sintonía con el viento que los elevaría cada vez más alto hasta perderse en aquel cielo brillante de fugaces estrellas color purpura. En el reflejo del lago se podría ver a dos infantes agarrados de las manos felices de haber vuelto a estar juntos. A partir de ese momento en la historia, los suspiros infantiles de todo niño y niña, serían provocados por la hermosa leyenda de: Ayukoto…, y Amishanti.

 

JNR

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