Discordia

    Hay un poeta en mí, que encierra al filósofo en una prisión en su raciocinio. El poeta, entona un ligero canto al alba, el filósofo lo calla sin prisa para retornar a gritos mudos en su filosofar. El poeta compone en un piano roto y con escasas teclas, el filósofo enmudece sus desafinadas melodías con el ataúd de sus labios en su eterno retorno que sella ante cada pregunta sin respuesta que envía al cosmos. Quimera indomable en su camino de letras que el poeta navega en la marea, un simple tronido de dedos basta para calmar un mar y una bestia con su pensamiento el filósofo demuestra. El filósofo camina en una multiplicidad de laberintos con calma y sereno. El poeta camina en una cuerda floja en los más alto de los cielos, sudoroso y envuelto en lágrimas. El filósofo lo mira desde un cielo más alto con cierta compasión. No compiten ya que nadie va ganando en nada, al filósofo no le interesa competir, y al poeta solo le importan sus letras sin importarle si tiene que ganar o perder algo en la efímera luz al final de sus versos. Separados al nacer y destinados a morir juntos. Seda y guiñapo ignoran la inmortal trascendencia que su unión naufraga entre sus narices, uno lacónico, el otro artista de su realidad. En su orgullo mortecino el poeta se aferra a no pedir ayuda, el filósofo en su honda contemplación le resulta indiferente el suicidio de letras que comete día a día el poeta. Oveja y guijarro caminan en un mar abierto abrazados por brisas dionisíacas al transformar el agua en vino en una unión aparente que ambos han divagado en sus pensamientos. Sus reflejos en el espejo unen sus miradas, uno sonríe con lágrimas en los ojos, el otro o se inmuta y rompe el cristal con su indiferencia de existencialismo. Todo es cambio, todo es poesía, manuscritos enteros sin vida en mentes de egolatría que son ciegas ante Sofía. Un Eros sin Ataraxia, sombra y luz emergen ante la discordia de la razón simbólica. La muerte a uno lo hará sabio, al otro le dará quietud en su verborrea textual. Los dos se de dirigen a una muerte inevitable, pero incluso al final del camino, el poeta le regala  sus versos más bellos en su crepúsculo al filósofo, éste por fin sonríe y le regala inmortalidad a sus letras, para que nunca olviden al poeta en vida. Ambos han muerto, poesía y filosofía, resurrección prohibida, ya que no hay melancolía, tristes son mis versos e ingenuas son mis preguntas. A ustedes que me leen, les regalo la vida, la vida resumida de un filósofo que quiso ser poeta, y la de un poeta que quiso ser filósofo. 

JNR

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