Observados
Había una vez un pequeño palacio donde vivía un rey demasiado diminuto que gozaba de una gran
corona, la cual le quedaba ridículamente enorme ante su pequeña cabeza. Su muy
reducido palacio estaba hecho a base de hielo. Las frías y pequeñas paredes de
color azul se alzaban alrededor de su párvulo trono. Portaba un trajecito de
color verde pistache. Vestía con orgullo una capa roja con lunares
blancos de monumental tamaño. Era un rey que resultaba de un aspecto infantil por lo pequeñito que
lucía. Deambulaba de un lugar a otro en su pequeña fortaleza congelada.
Él nunca sospechó de mi
arrebato por privarlo de su intimidad, ya que jamás se percató que lo observaba
cada mañana al abrir la puerta de mi nevera. En ningún momento presenció mis
miradas furtivas. Mi inspección rutinaria matutina en ningún momento fue de
sospecha para aquel pequeño ente. Ignoraba lo que hubiese fuera de su
pequeño palacio en aquel absurdo cubito de hielo.
Un día, en su habitual
deambular, alrededor de su pequeño trono, tropezó. Me dio mucha tristeza ver que
no tenía a nadie que le ayudara, no tenía sirvientes, ningún acompañante
al trono que fungiera como su reina, ningún séquito de seguidores fanáticos
haciendo reverencias ante la presencia de su diminuta magnificencia real.
Ningún heredero al trono que lo relevara ante su muerte inminente: nada…, no
tiene nada más que ese estúpido trono dentro de aquella frágil estructura de
agua vuelta hielo.
Ese pequeño y escuálido rey que estaba tendido en el suelo. Quiero
creer que fue la primera vez que sintió dolor físico alguno a ese grado. Parecía estar acostumbrado a caminar y dar vueltas en rotación hacia su humilde trono.
Lo extraño era que parecía disfrutarlo. Permaneció varios minutos riéndose en
el suelo helado. Y entonces cuando se levantó, finalmente volteó su mirada
hacia el techo del palacio, fue ahí que cruzamos ambos miradas de asombro. No
pude con el hecho de haber sido descubierto por un ser tan diminuto que vivía
en la nevera de mi cocina. Cerré la puerta de la nevera bruscamente, sin darnos
oportunidad alguna de apreciarnos mutuamente a detalle.
Los días pasaron, no me atrevía a abrir la nevera, fui un cobarde, ambos estábamos solos, era nuestra oportunidad de convivir e intercambiar miradas, e incluso, llegar al terreno del diálogo de ser posible. Qué sería de mi rutina por deambular en la cocina y abrir la nevera para observar a ese diminuto personaje en su caminar pensativo, dentro de su pequeño palacio.
No resistí más, mi curiosidad gozaba de poco
límites. Abrí la nevera en un acto de tortuosa desesperación y preocupación
absoluta por su pequeña majestad. Ahí estaba, como siempre, dando vueltas
pensativo, alrededor de su trono, sin percatarse de que era observado. Fue todo
un alivio para mí, saber que se encontraba bien y en lo suyo. Nuestra rutina
podría continuar su curso nuevamente, como cada día desde que estoy en esta
pequeña casa.
Por fin pude dormir
tranquilo, al despertar a un nuevo día pero, algo se sentía extraño, era de día
pero mi alarma se encontraba apagada y sin señal alguna de energía, estaba
conectada. Bajé a la cocina a paso veloz, temiendo que la nevera también
estuviera sin energía alguna y se derritiera el pequeño hielo donde habitaba
aquel diminuto rey. Al bajar a la cocina, había un gran charco de agua fría en
torno a la nevera. Me había quedado sin luz toda la noche. A punto de abrir el
refrigerador con lágrimas en mi rostro, noté como si estuviera siendo observado
por alguien más, volteé de manera disimulada hacia la ventana de la cocina. Mi
sorpresa fue de un terror en demasía, un enorme ojo humano yacía al filo de mi ventana. Atento, sigiloso. La pupila se movía de manera desesperada, observaba cada rincón de mi cocina.
*
Hoy desperté muy
contenta, el diminuto ser que vive en la casa de juguete que me regaló mi madre, por motivo de mi cumpleaños, se había ido a dormir con mucha paz en su rostro.
...Pero, mi descuido, fue
percatarme que la batería que aportaba energía a la casa de juguete e hiciera que
las diminutas luces se encendieran y funcionara la pequeña casa, hubiesen caducado. Pasaría toda la noche sin batería alguna. ¡Maldición!, al buscar en
toda mi casa no encontré repuesto alguno. Miré hacia la cocina de juguete, ahí
estaba ese diminuto ente. Observándome despavorido. Al darse cuenta de mi
presencia, dio dos pasos hacia atrás, resbalándose con un charquito de agua en su
pequeño piso. Murió descalabrado al chocar su pequeña cabeza con la cocina de
juguete.
Al día siguiente, le hice un pequeño funeral en el patio de la casa.
Un viento resonante deambularía
por mi rostro en señal del frío absoluto, el cielo estaba de un color muy
obscuro. Sentía la sensación de ser observada al voltear hacia las nubes. No le di importancia. Continué con mi vida normal.
JNR