Cordura mía
Mi sombra quiere
escribir, pero el abandono de la creatividad no la deja. Me siento aislado en
una caverna por la felicidad ajena. Abandonado, cual perro.
Debe existir un pacto
de horarios entre mis ideas y la escritura. Escribo, escribo; pero, no sale
nada. Solo palabras al viento que se estrellan como sombras al papel. Hablo sin
pensar y, pienso sin hablar. La silueta de la pluma sostenida por mi mano baila
al ritmo del silencio. Me abruma una sensación de vacío.
Ya no hay latidos en mi
pecho, solo un hueco relleno de pequeños susurros de aire polvoriento.
Se han vuelto a abrir
las cicatrices gracias a la soledad, pero ya no sale líquido alguno. Solo
brotan ligeros hilos de humo de aquellos cigarrillos fundados en la
adolescencia. Quiero llorar, pero mis ojos se han vuelto un desierto que
entierra cada residuo de amor por la vida.
La sombra de mi mano
escribiendo pareciera que ejecuta ideas y letras más interesantes que el pedazo
de carne que realmente las ejecuta.
Me he percatado que
vivo en un constante desgaste de emociones que al repetirse se sienten ya usadas
por alguien más. Como si comprara ropa usada de amores que alguna vez se amaron
y se juraron: Un para siempre juntos.
Hoy en día me disuelvo
en letras que aspiran a ser una brisa en rostros de ciegos. Tú…, mientras, te
vas desvaneciendo en cada nuevo amor que toca a tu puerta. Y en tu aferrada
felicidad, no notas que todos esos “nuevos amores” son solo un molde de lo que
tú y yo vivimos juntos. Todos esos nuevos muñecos de plástico son una versión
física, “mejorada” de lo que nunca llegué a aspirar para ti. Ante la gente
lucen felices, pero sabes en el fondo que no hay más que vacío.
Lamento que haya
resultado como acabó los nuestro, pero me convertí en un vicioso a serte
infiel. Surgió en mí, una maldita sensación de engañarte con el amor a los
libros y a las letras.
Tú visualizabas una
vida superficial envuelta en deseos vacíos que otras personas presumen como una
“vida prospera”. Prospera en objetos materiales y un futuro incierto. Y es que
cuando recorríamos agarrados de las manos las tiendas departamentales. En la
sección de muebles y artículos para el hogar. Te encantaba bañarte en ilusiones
falsas. Sí… ¡qué hermosa sala! Pero desafortunadamente, no incluye la felicidad
en su posible compra.
Me considero un demente
en tu realidad indiferente. Me doy asco al recordar cuando hacíamos el amor e
imaginaba que lo hacía con alguien más, con distintas mujeres, mujeres de mis
propios “amigos” más cercanos. Cada penetración mía en tu interior representaba
el acto de hacer el coito con una mujer imaginaria, como la criatura del Dr. Frankestein, los ojos de aquella, las
piernas y las nalgas de otras, pero eso sí, tus pechos siempre fueron tus pechos.
Hay escritura, mira lo
que me haces escribir. Me haces divagar en los huecos de mi memoria retorcida.
Hoy me refugio en la
caverna de la literatura. En mis pupilas ya solo se reflejan cuentos y poesías
como sombras que bailan en un abrazo con el poco fuego de luz que proviene de
mi alma ante su inminente extinción. La filosofía me ha hecho salir de la
caverna de la fantasía, pero cada que salgo, me apuñala brutalmente, haciéndome
caer de nuevo en la profundidad de mi ingenuidad. Son destellos, destellos de hebras
de luz lo que he alcanzado a vislumbrar. Pero de la nada llega ese monstruo con
las huellas de mi sangre ya seca en su cuchillo de razón y lógica.
Hoy ya no queda sangre,
muy poca, un chorrito que guardo en la oscuridad de mi caverna literaria. La
cuido fervientemente. Como si fuera una pequeña vela encendida en una isla de
huracanes. Me aferro, me auto ilusiono. Y es que ya no quedan más fuerzas para
debatir con los monstruos de la voluntad. Mientras ellos aspiran a disolverse
en la falsa “trascendencia” de la verdad. Yo me disuelvo sin testigos, sin
fanfarrias, sin huellas de que alguna vez existí en el mundo de los normales.
Ya no hay nada más que
escribir, nada por qué más persistir. Me voy. Me he disuelto en las sombras.
Hoy ya no soy un hombre de las cavernas. Me he vuelto solo un eco de palabras
que grita y suspira en cada caverna del subconsciente colectivo: Adiós cordura
mía.
JNR