Silbido de locura
Un estallido deambula por
mi cabeza. Ya no hay recesos de silencio. El sonido del caos hace su nido en
mis ideas insensatas. Un serrucho carcome los últimos vestigios de serenidad
que aún suscitan en la aparente quietud de mis labios. Un taladro invisible esparce
los restos de cordura por toda la almohada. Vago, doy vueltas en círculos en la
confinada habitación. Sospecho que los susurros de mi mente son provistos por
una voz maligna que se divierte con mi locura. Hay de mí, cuánto medicamento
más necesito para sanar mi nula normalidad. Un eco en las cuatro paredes
blancas rebota en múltiples ocasiones. Es el sonido del aquelarre de los demás pacientes
que añoran su estabilidad emocional. Nadie viene a visitarme, nadie. De un
momento a otro desaparecemos de la faz de la tierra para todo el mundo. Más
bien, nunca he existido para el mundo. Soy una cifra numérica entre una
bastedad de cifras más. No…, no, no puede ser, debí aguantar un poco más en la
normalidad colectiva. Vuelvo a sangrar de mi cabeza al azotar mi frente contra
la puerta de mi cuarto. No se calla esa estúpida e insistente voz de mi cabeza.
Cállate, cállate ya maldita… Despierto, me encuentro de nuevo amarrado a la
cama. La voz se ha ido, pero vuele al primer movimiento de mi cuerpo. Ahí está,
no desiste en sus gritos asfixiantes. No hay ventanas. Cómo deseo con ferviente
ansiedad el que aparezca una ventana en esas cuatro paredes sin vida. O el silbido
de un pajarito cantando las más dulces melodías matutinas. Pero no, no es así.
Vuelvo a entrar en crisis. La puerta se abre, las agujas atraviesan mi piel una
vez más. Vuelvo a dormir. Ya no hay voces, solo yo con mis pensamientos. Los
días transcurren. Todo se ha repetido de manera rutinaria, sigo en la cama
amarrado y mareado de tanto medicamento. Abro los ojos ante un nuevo día, pero,
este día es diferente al de los demás. Alcanzo a distinguir la silueta borrosa
de una persona sentada frente a mi cama. Enfoco la visión de mis pupilas
cansadas. Me doy cuenta que es un hombre joven pero, qué mierda está pasando
aquí…, soy yo, o al menos luce exactamente igual a mí ese maldito sujeto. Se
levanta frente a mí, habla: —Lo lamento, necesitaba el dinero, y soy, soy la
persona con los rasgos físicos más parecidos a ti.
La habitación se
enmudece sepulcralmente, no hay voces, solo una voz que entra a escena, y es la
voz de mi cabeza: «Mátalo, mátalo…». Fuerzo las cintas que me sujetan a la
cama. En un acto de ira desenfrenada, alcanzo a escupirle a la cara. Él…, se
retira, no nos volvemos a ver nunca más.
Abro los ojos, sigo
incrustado en mi prisión acolchonada. Pienso en lo sucedido con más calma, cómo
es que ahora hay un sujeto igual a mí viviendo mi vida y fingiendo ser yo ante
los pequeños círculos sociales en que me desenvolvía. Con tan semejante
similitud, nadie sospechará que no soy yo, incluso ese imbécil tiene la misma
voz que yo. Seguro mi esposa lo notará, en la intimidad de la cama notará que
no soy yo y me vendrá a buscar en esta prisión psiquiátrica. Pero no, no
resulta así, nadie nunca ha vuelto a visitarme, solo esas malditas agujas de
buen filo que me hacen dormir una y otra vez sin fin. He muerto para todos en
alma, pero físicamente sigo vivo para ellos en su mundo normal. La voz vuelve:
«Saldremos de aquí, no falta mucho». No creo, le contesto. Estas cosas son para
siempre hasta que cierre los ojos y sueñe para siempre. Hasta la muerte pues,
le grito a esa estúpida voz en mi cabeza: ¡Hasta la muerte…! ¡Hasta la muerte! ¡Hasta
la muerte! ¡Hasta la muerte…! Se abre la puerta, esta vez no hay agujas ni
medicamentos. Esta vez hay choques eléctricos por todo mi cuerpo, pero revotan
de manera fulminante aun más en mi cabeza. Despierto. Admiro la luz del sol, la
naturaleza, la bastedad de los arboles verdes atrapando los rayos del sol cálido.
Ahora tengo dos alitas, pero, ya no tengo voz, ahora solo son silbidos a fuera
de una ventana de un hospital psiquiátrico. Termino de silbar. Es el último
silbido de locura. Me miro muerto en la sala de choques eléctricos. Me voy.
Vuelo. No vuelvo nunca más.
JNR