Frías compañías

 

Qué cálidas se vuelven las palabras escritas después del tormento de la compañía fría. Una sombra abraza más fuerte en lugar de las pobres amistades efímeras que con un solo apretón de manos concretan el final de una melodía corta, burda, monótona. La misma obra representada miles de veces donde tengo que representar un papel de viejo amigo que convive en una atmósfera que me infla los pulmones de hastío. Una gravedad apacible que me hace flotar en múltiples melancolías de recuerdos.

Soy feliz en compañía física; pero, soy más feliz en compañías literarias. Estar rodeado de autores y autoras, avasallando la pluma en un papel es mi consumación para confirmar mi amor absoluto por la soledad. Una soledad más cálida, que corre ante mi sed de cafeína, que me consciente en la inspiración escrita.

Me surge la intriga de qué piensan esas voces y miradas que me juzgan en silencio. Pero no le doy importancia, prefiero cumplir mi papel y regalar mi despedida tardía. Un tanto embriagada por el pesar del líquido etílico que tengo que sopesar ante la incomodidad social.

Qué comprensiva me resulta mi soledad. Ella no me juzga, no se mofa de mi condición ni hace preguntas u observaciones impertinentes de mi persona. Ella esta quieta, feliz por mi compañía. Y es que es como si cada vez que abandonara a mi soledad, ésta me acompañara a mis encuentros sociales y estuviera siempre tirándome del brazo a través de las manecillas del reloj que ruegan el abandono inmediato de esas compañías fantasmas, mundanas, y que reza mi soledad para que lleguen a su fin. Para así poder consumarnos mutuamente mi soledad y yo sin que nadie nos reproche nuestra hora de partida.

Antes podría mortificarme el ego ajeno, podría sentirme indefenso. Ahora, al volver a recopilar el encuentro de personalidades estáticas que nunca cambian ante el paso del tiempo. Veo esos egos más pequeños, más infantiles. Veo a la gente más ingenua ante un yo que camina constante en la incertidumbre de las letras. Y no es una afirmación de superioridad, al menos, yo puedo de modo franco concebir que no sé lo que sé, y sin juzgar, para así moverme en la calma ante egos envueltos en la ira en sus propios aposentos y que yo en casa ajena, ahora, me resulten formidablemente ajenos.

Debo partir, he sacado lo que tenía que sacar. Alguien me llama. Es mi celosa y enamoradiza y muy presente soledad.

 

JNR

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