Te observo
En la estética de tu
fealdad encuentra mis muy contados besos. Nula reiteración de deleite visual de
la cual solo yo soy perteneciente. Todos te catalogan como fea pero yo te miro
bella. Debajo de todas esas tácticas estéticas se esconde un rostro puramente
noble y sincero al cual adoro hundir mis suspiros más íntimos. Tienes una
multiplicidad razonable de pretendientes; pero, sabes que yo soy la única que
te toma enserio en cada una de tus anécdotas rutinarias sobre el
existencialismo.
El día avanza y la suma
de cada taza de café que bebemos una tras otra. Te van forjando cada vez más y
más hermosa. Odias que cada hombre atractivo no note tu pronunciado escote al
entrar a la cafetería. Te molesta en demasía que tus esfuerzos de vestimenta y
olores de fragancias experimentales no funcionen en hombres con mentalidad
meramente superficial. Y aquí estoy yo frente a ti, contemplándote en tu máximo
esplendor. Cuánta belleza hay en tu ceño enojado al reclamar que quieres otra
taza de café y una rebanada de pastel. Por alguna extraña razón el mesero
siempre se tarda en atenderte o se hace el sordo y evita a toda costa el
contacto visual ante tu portentosa mirada fea. En tu arrebato colérico, te
levantas apresuradamente de la mesa y te diriges al baño de damas en un paso
que retumba en cada rincón del establecimiento.
Estás frente al espejo
y un río de lágrimas saladas desciende de tus pupilas un tanto rojas por el
exceso de cafeína en tu sistema. Pero ahí estoy contigo en el tocador.
Mirándote en tu nostalgia. Hasta en tu rostro descompuesto por la tristeza me
resultas una preciosura. Qué afortunada eres de tenerme, pero casi nunca lo
percatas de ello, de esa atracción tan evidente que me posee al mirarte de
frente, de lado y por detrás.
Te retiras del baño. No me diriges la mirada. Al arribar a nuestra mesa volvemos a intercambiar miradas. Me sonríes con cara de tristeza. Avientas a la mesa el dinero de nuestro consumo de cafeína. Te vas una vez más. Me quedo sola ante tu ausencia.
—¿Por qué esa mujer
siempre pide esta mesa frente al espejo? —quiso saber el mesero en una voz débil
que exhalaba cansancio.
JNR