Soledad deseada
He comenzado a saber no
saber desear nada. Siento a mis sentidos como simples pulsos que se encienden y
se apagan de manera tenue. Me mantengo en un vuelo de alas hechas de cartón.
Voy caminando con mis sueños calcinados mientras la mayoría de las personas se
aceleran de modo veloz envueltas en el fuego de sus pasiones que se mantienen vivas
y candentes a mí alrededor. Mis ganas de competir se han vuelto piedras que he
decidido ya no arrastrar debido a su denso peso. Tengo la sensación de ir
caminando en un valle donde no sucede nada, como si fuera un limbo de
monotonías. Mis días son demasiado repetitivos. Circundo en los mismos
escenarios observando a las mismas personas representando sus mismos personajes
con los mismos diálogos mundanos de siempre. Mi mayor triunfo ha sido no
triunfar. Todo el mundo tiene prisa, prisa de triunfar, prisa de hacer, prisa
de tener, prisa por dejar de ser y prisa por llegar a ser. Siento que los hijos
de mis conocidos algún día serán mis jefes; explotándome por un salario de
mierda mientras me hundo en la vejez de no lograr nada y haber perdido mis
sueños gracias a la saciedad de consumo establecida por el arquetipo vacío de
ser “alguien” en la vida. Todo el mundo ahora persigue algo, absurdo; pero lo
persiguen. A mí lo absurdo me ha alcanzado. Me puso un traje de indiferencia y,
sobrevivo a base de palabras escritas. Palabras escritas que vienen y se van.
Pero así como se van, en tiempos fríos se quedan varadas entre mis brazos calentándome.
Cuando uno abraza la soledad, ya solo se dedica a abrazar las palabras: mías,
tomadas, recuperadas. Cada que escribo voy dejando ir a las palabras de mis
brazos. Temo quedarme solo y sin palabras. Llevo cinco años sin amar a nadie.
Me he convertido en el vagabundo extraño que las parejas huyen por incomodarlas
en sus momentos de romanticismo debido a la pestilencia que emana de mi
soledad. El tiempo es cruel cuando no se avanza. Y es compasivo con las
personas que creen que avanzan en su círculo de eterno retorno de monotonía de
eventos y materialidad de oropel. ¡Qué sentido tiene hallarle sentido al sin
sentido! Pequeños ya son los momentos donde ocurren breves destellos de
felicidad en mí, pero, una vez acabados, me siento el príncipe de lo absurdo
ante mis sonrisas carentes de veracidad. Sin temor al olvido, y a no ser amado
nunca más, me despido de mi yo que algún día vivió y amó sin ser testigo del
hastío de la nada y sin el sin sentido que me esperarían a la brevedad. Me voy
sin deseos deseando no desear y…, que los deseos terminen por desearme en la
soledad.
JNR