Puerta blanca
El viento sospecha de mis delirios
en
una suave ventisca moviendo
la
puerta blanca de nuestro destino.
Destino
que marca nuestras pieles
entre
agua que refresca
nuestra
posible morada,
donde
tenemos besos pendientes.
Miradas
en la oscuridad
donde
el calor encierra al viento
entre
tu cuello y mis labios mudos.
Ritual
de susurros entre suspiros.
Brotan,
juegan,
se
calientan
ante
la culminación sexual
entre
dos cuerpos que sudan
la
pasión de no haberse visto nunca.
La
ropa vuelve
a
sus respectivos cuerpos.
La
puerta blanca sigue meciéndose
anhelando
nuestra aprobación
de
vivir una vida juntos
o
jugar el triste juego de los amantes
que
no se volvieron a ver nunca más.
Pero
el destino está a nuestro favor.
La
puerta blanca se cierra
gustosa
y dichosa
de
no saber lo que hace.
La
de unir nuestros nombres
en
cada viento que sople
ante
su encierro definitivo.
Amantes
que se casarán
en
el delirio
de
no saberse amar en público.
Unidos
hasta que la muerte
los
separe o llegue otro viento
inspirado
por
nuestros susurros ajenos
que
hacen temblar la puerta blanca
que
se creía abierta,
que
se creía codiciada.
Unimos
esta noche nuestras manos
y
ya no hay puerta blanca
que
se cierre definitivamente.
Ya
solo queda la fascinación,
la
infinidad de expectación
que
habita en el laberinto
de
nuestra historia de amor
que
sopla,
que
susurra,
que
se mese ante el viento
entre
el sudor y nuestra respiración.
La
distancia nos ha unido
en
el deseo de soñarnos.
Ya
no hay puerta,
solo
delirio.
El
delirio de dos personas
que
se desean y aprenden a amarse
ante
la puerta blanca abierta.
JNR