Aturdida

Cae el ave aturdida,

anhelando el vuelo quitado.

Sin razón, sin sentido;

cae el ave aturdida.

Agoniza en el suelo

donde socaba sus lágrimas.

Llanto hundido.

Un llanto que perece

en la niebla de granito.

Sus bellas plumas se desvanecen

frente al desinterés de la vida.

El ave ya no canta,

pero se pregunta:

¿Por qué ya no vuelo?

Si nací para volar.

Nací para rosar los rayos del sol,

y refrescarme en el dulce viento.

Poco a poco

se van acabando sus latidos.

Su intento de volar se ha esfumado.

Se siente reflexiva.

Se siente enfurecida.

Se repite una y otra vez:

¿Por qué ya no vuelo?

Si era un ave viva, alegre.

Si cumplía con mi propósito,

el de volar, volar cada vez más alto.

Volaba feliz y sin lamentos.

Amaba volar.

¿Qué haré ahora?

¿Por qué ya no vuelo?

Y la vida le respondió:

Porque se ha acabado…

Se ha acabado el viento para ti.

¿Por qué ya no vuelas?

Pues para que más aves vuelen.

El ciclo es repetitivo.

Nacen, vuelan y mueren.

Eres afortunada, ave.

Hay aves que nacen

y mueren sin volar.

Tú has volado mucho,

y muy alto en cada horizonte.

No insistas, ya no lo intentes.

Se acabó tu tiempo.

¿Por qué ya no vuelas?

Pues para morir.

El ave dejó de aletear en el suelo.

Pasos humanos la rodeaban.

Nadie la notaba.

Nadie miraba a aquella ave morir.

Nadie quería mirar la muerte.

La muerte…,

de un ave que cayó aturdida.

 

JNR

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