Dra. Magdiel
La doctora aún temía ser descubierta tras esconder de manera muy elegante la jeringa vacía en el bolsillo derecho de su bata blanca.
Era un día como cualquier otro en el
viejo hospital psiquiátrico San Gregorio que yacía un tanto destartalado por el
paso de los años. La doctora y jefa del hospital se hallaba en su oficina leyendo
el periódico de aquella mañana fría y nublada. Magdiel vestía una bata blanca aunque
ya no era necesario su uso, pero a ella le gustaba la sensación de combinar su
bata blanca con aquellos tacones de color negro brillante. Su taza de café
expedía su humareda rutinaria por la oficina ansiando ser bebida a ligeros
sorbos durante el resto del día aunque perdiera su temperatura cálida.
La puerta de la oficina de la doctora
Magdiel se abriría abruptamente desde el exterior hacia dentro. Magdiel no se
inmutaría o tendría reacción alguna ante dicha acción brusca. Ella permanecería
con mirada indiferente hacia su periódico extendido ampliamente.
—Tenemos que hablar del nuevo paciente,
urge, ahora… —expresó de manera precisa un tanto indiferente su asistente de
nombre Enrique.
Magdiel levantó la vista ligeramente
sobre aquel mural de papel con tinta impresa.
—¿Qué ocurre con él? —comentó de manera
indiferente la doctora.
—Pues ya es demasiado, nadie quiere
interactuar con él, ni doctoras, doctores, personal de enfermería, internos y,
ni siquiera…, personal de seguridad.
Magdiel cerró de manera quejosa su periódico
en la sección de cultura general.
La puerta blanca de la habitación número
siete se abriría muy cautelosamente dejando ver en un rincón al paciente que ha
generado muchas complicaciones desde su arribo al hospital psiquiátrico. La doctora
entraría a la habitación con una jeringa en la mano y el expediente en la otra mientras
la puerta se cerraba de manera muy lenta, dejando escuchar el cierre de la
puerta de manera suave. Ambos se miraron muy fijamente.
—Así que…, te llamas Rex. —musitó la
doctora en un tono retador.
—Interesante, aquí dice que lees la
mente y puedes dominar la materia a tu maldito antojo.
Rex se levantaría lentamente hasta
quedar erguido de manera leve. La camisa de fuerza que lo rodeaba caería al piso.
La doctora Magdiel no haría señal alguna de asombro. Sino más bien, se sentía
un poco harta de estar tratando con casos de éste tipo.
La habitación siete empezaría a
derretirse desde su interior. Rex denotaba una expresión de absoluta incesantes,
gozaba de una sonrisa delirante y unos ojos abiertos que insinuaban mucha
euforia. La jeringa sería arrebatada de la mano de la doctora de manera abrupta
por medio de la mente de Rex que ahora hacia levitar la jeringa en el techo de
la habitación, transformándola a su antojo en distintas formas geométricas.
Magdiel dejaría caer el expediente de Rex al piso para así poder quitarse sus
anteojos de carcasa gruesa. Al intentar acercarse a Rex, Magdiel quedaría inmóvil,
Rex inflaría las manos de la doctora Magdiel hasta hacerlas estallar. Los
pedazos de piel y huesos quedarían regados en toda la habitación blanca que
ahora goteaba por todas partes charcos de sangre. Magdiel seguiría con el
rostro serio, como si no sintiera dolor alguno por haber perdido sus manos. Rex
musitaría una risa en extremo ruidosa y aguda.
Las manos de la doctora Magdiel
comenzaron a regenerarse de manera casi instantánea. Rex quitaría su semblante
de euforia y quedaría perplejo. No entendía el porqué la doctora no sentía
dolor alguno, más poder así regenerar sus manos a voluntad. Magdiel resaltaría
una ligera sonrisa sarcástica en su rostro.
—¿Sorprendido? ¡Estúpido! —comentó
Magdiel de manera un tanto retadora.
La materia que solía cambiar de forma en
muchas formas geométricas, volvería a tomar forma de una jeringa y Rex, daría
dos pasos hacia el rincón donde se hallaba en un principio. Los ojos de Magdiel
comenzaron a brillar en un tono rojizo eléctrico. Magdiel localizaría por medio
de una vista a modo de escaneo interno, la parte del cerebro donde se
localizaba la protuberancia que dotaba a Rex con dichas habilidades mentales.
Al localizarla. La doctora Magdiel haría desvanecerse dicha protuberancia. Ella
gozaba de control de la materia a su antojo de igual modo que Rex. Solo que
Magdiel dominaba perfectamente su habilidad mental. Fue certera, mientras Rex
se desvanecía indefenso en el suelo. Todo volvería a la normalidad, la
habitación tomaría su forma normal y la jeringa dejaría de levitar. Ella
tomaría la jeringa y se la inyectaría en su propio cuello. Extrayéndose así,
sangre de color morada. La inyección estaba lista para administrársela a Rex
que yacía inconsciente.
Rex despertaría solo en la habitación,
sin tener noción de lo que había sucedido, no recordaba ni quién era, ni por
qué yacía en dicha habitación blanca con una camisa de fuerza. Se sorprendió un
poco al darse cuenta que podía encender las luces de su habitación con tan solo
pensarlo. Su habilidad regresaría sin percatarse que anteriormente comenzaba a
dominar dicha habilidad.
Magdiel salía de la habitación caminando
con aquellos tacones negros mientras todo el personal yacía asustado viéndola salir
sin ningún apuro ante la situación bajo control.
—¿Cómo lo hace? —dijo su asistente Enrique
sorprendido.
—Paciencia Enrique, mucha paciencia.
—expresó la doctora Magdiel mientras colocaba sus gafas en su rostro en cámara
lenta.
La doctora aún temía ser descubierta
tras esconder de manera muy elegante la jeringa vacía en el bolsillo derecho de
su bata blanca.
JNR