La indiferencia ajena

 

Me siento ajeno a volverme empático a la mirada perdida que no me encuentra. En un canto desvalido promulgo gritos mientras voy callando silencios en voz alta. Las espinas en mi almohada se vuelven cada vez más punzantes…, me he acostumbrando a despertar en múltiples charcos de sangre estancada. Mi espíritu se quebranta entre danzas que esquivan levemente las dagas que caen del cielo cuarteado. El perfume de su cuerpo aun me asfixia el cuello con cada goce de su ausencia. Promulgo rezos que retumban en la pared carcomida por la humedad de mis lágrimas rojizas. El tesoro debajo de la alfombra apestosa se ha desvanecido en cada pisada ajena de cada amante que visita mi morada. Mi sonrisa se ha vuelto extraña, ajena, un tanto falsa. Pero la necesito para ganarme el pan que ya no me llena. Los libros ya no caben en este cuarto que emula a la más pretenciosa librería de viejo con su olor a vainilla. Las cobijas ya no cumplen su función de abrigarme en mis noches de delirio solitario. La lámpara vieja no cesa en su destellante y arrítmico parpadeo de luz tenue. Ya solo alumbra sombras que no son mías, sino huellas de cuerpos que se han esfumado ante mi rechazo al compromiso. El silencio sepulcral pasaba inadvertido ante los sonidos provenientes de la ventana rota. Una gran jungla de asfalto rugía ante la frágil ventana. El café se ha convertido en mi más acérrimo compañero ante cada velada salpicada por mi aparente nueva ansiedad. Esa, la de no saber quién soy más entre una multitud de enmascarados. La rata de la cocina ya no me visita siquiera. No tengo otra cosa qué comer más que café y tabaco. La soledad me ampara y mis letras se han vuelto más tenues. Como si escribiera con los ojos cerrados sin ver el desenlace final de mi cuento inventado. Oh noche, mi fiel compañera, siempre llegas puntual a nuestra cita, yo pongo la cafeína y mi pluma, y tú mis más profundas ganas de suicidarme. Mientras nos acogíamos mutuamente el ritmo de la oscuridad se hacia más presente. Tú me despeinabas y yo, me complacía en plasmar letras sobre aquella libreta infantil. Las frases más tristes se hacían presentes. Casi me convences de abandonarlo todo de una buena vez. Pero mi sueño me desvía de tus besos sabor a muerte. El día llega y te vas derrotada mientras prendo un cigarro y miro como te alejas. Otro día más y el mal sabor de boca acaece en la monotonía de querer salir a buscar algo de comer. Escribo, pero nadie me lee, mis bolsillos están vacíos. Me resigno, al parecer hoy comeré de nuevo mi platillo favorito: la indiferencia ajena.

 

JNR    

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