Muerte absoluta

 

Sostengo en la mano un cúmulo de decepciones que me limitan a querer dejar de suspirar. Soy como un barquito que depende del curso debido a la tormenta provocada por el corazón de un mar que nunca he comprendido ni comprenderé. Mis manos ya no aprietan con fuerza aquel sentimiento de impotencia ante la precariedad de pensar al destino. Navego en la constante niebla sin rumbo fijo. En momentos, los rayos del sol tocan mi piel por una brevedad de segundos, y justo en ese momento, regresa un pequeño suspiro peculiar que yace oculto en mis adentros. Levanto mi rostro hacia las nubes mientras el rocío de la brisa se enquista en mi cara relajada. Pero son instantes, el sol vuelve a desaparecer y la tormenta reclama su protagonismo. ¿Hasta qué punto la repetición de nosotros mismos nos permite salvaguardar nuestra más íntima cordura? Despierto y ahí estoy puntual conmigo mismo, soportando mi propia compañía, que no es mala, pero estoy atado a ella. La muerte no ha sido amable con personas que me he enterado de su muerte. Personas con las que conviví en ciertos momentos. Cuando yacían vivas, uno no se imaginaba cómo culminaría su vida. Y cuando sucede, imaginas la vida de esa persona hasta ese momento en que acabó su vida. Ahí entra, o más bien, se acomoda la palabra: Destino. ¿Estaba destinado a morir así? O más sin en cambio, ¿pudo morir de otra forma si hubiera elegido otros caminos u hábitos? Nunca lo sabre…, ¡nacemos para morir! Pero no nos gusta pensarlo. Nos gusta ver a la muerte como un acto para el cual “aun falta mucho para eso”. ¿Cómo podría existir vida después de la muerte si nuestra materia física yace en cenizas? Es aterrador saber que dejaré de existir. Y aun sabiéndolo, no hago nada para evitarlo. No he hecho grandes méritos que los paradigmas de las distintas sociedades consideran como éxitos. Tal vez nací en la simpleza y moriré así. Sin que nadie nunca tenga la noción de que existí o de saber quién fui. Como esa hormiga que por fin puede salir de su hormiguero para cumplir el ciclo de la naturaleza, y al salir, es aplastada por el dedo de un niño inocente. En fin, no voy a agobiarme, solo seré mi propio contemplador de mi condición como mortal que esta destinado a morir algún día.

 

JNR

Entradas más populares de este blog

Poeta incierto

Mi llorar silencioso

Ángel caído

Silencio desaparecido

Incompetente

No me alcanza la vida

Una voz que se ilumina

Ira absoluta

Hay libros

Soy autista