Matamos al destino
Eran avances mis besos
los
que abrazaban tu boca;
fina
y pulida, enteramente
llena
de gimoteos astutos.
Matamos
al destino.
Al
no darle importancia,
con
cada una
de
nuestras caricias vanas.
Hoy
tus besos saben a recuerdos.
Y
los recuerdos fijan mi soledad.
¡Qué
astuta es la memoria!
Al
des memorizar tu rostro frío.
El
fuego exaltante
enciende
mis promesas rotas
que
se aquietan con tu sonrisa olvidada.
Ya
no me busques,
ya
que al destino no le importas.
Ni
yo le importo.
¿Quién
va a leernos
dentro
de 200 años?
Nadie,
más que la muerte.
Ya
que, a ella,
siempre
le intereso leernos.
JNR