Tal vez el amor me salve

 

Me fui convirtiendo en una amalgama de incertidumbres llena de coincidencias, grande y extensa. Propia y derivada del infortunio de hallarme adverso ante mis múltiples adversidades. Que lo único que empatizan en su dialogo es la utopía de mis lágrimas que encierran los más pintorescos cuadros de sonrisas que ya no existen en mi memoria. La vida se está volviendo lenta y pesada. Me pesa el cuerpo, y me pesa el corazón. Me pesan las lágrimas, y me pesan mis pasos. ¿Dónde está ese adulto que visualizaba de niño? ¿Dónde quedó ese niño que imaginaba un futuro? ¿Dónde está ese futuro anhelado por conquistar? La muerte se acerca, me zapatea en las entrañas. Sus brincos tambalean las torres de libros que me rodean. Se agotan las palabras, y mis virtudes. La muerte va a ganar, pero quiero irme dándole un golpe. Un golpe que retumbe en su rostro esquelético. Algo para que no olvide que no me quería ir así, sin previo aviso. Me iré por mi nula capacidad de ya no conmoverme por el más bello de los paisajes disueltos en el alba. ¿En qué maldito momento dejé de conmoverme por la vida? Me muevo entre displicencias fortuitas. ¡Quién diría que mis sueños se volverían extremadamente delgados! Sueños que, si pasan, los disfrutaré de manera rápida, como si no los mereciera. ¿Le agradeceré a la vida por ello? No lo sé, pero sí me agradeceré a mí mismo en soledad por no desistir, aunque careciera de hambre. ¿Qué remedio tengo ante toda esta fatalidad narcisista? Pienso que tal vez me salve el amor, sí, eso es, tal vez el amor me salve, no a mí mismo, sino, el amor fuera de mí. Amar, amar como desquiciado, eso…, eso tal vez es lo que me salve y vuelva a mis sueños más obesos. Y así, vuelva a tener hambre por la vida y mis sueños.

 

JNR

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