Piano y escritura
que el piano y
la escritura:
son la misma
cosa.
Teclas que
producen música.
Canto textual para
los sentidos.
Inmensidad enclaustrada
en armonías
vueltas símbolos.
Y es que las pizarras
ya no alcanzan
a vislumbrar la
magnitud
en que el
artista se desgarra
con latidos
vueltos palabras
y convertidos en
notas olvidadas.
Las manos en
ambas artes,
se deslizan con
delicadeza,
de manera violenta,
con afecto,
o de manera
desvivida
en su enérgica ejecución:
Un tanto
descalabrada.
Un tanto
armonizada.
Y en un tocar
las teclas,
un tanto veloz y
ralentizada.
Destreza vuelta
belleza,
o pericia vuelta
desgarre.
Tecleo constante,
naciente de un
palpitar
recalcitrante
que no sede
ante la fácil
huida
de la muerte
incesante.
Música para los
ojos
y música para
los oídos.
Entre erratas y
corchetes.
Las palabras van
cayendo
en empolvadas
notas
crucificadas,
anhelando
encantar a lo desencantado
en su eterno
respirar armonizado.
Tiernas son mis
letras
en su música que
nadie entiende.
La música ya no me
enciende
y por ello, he
renunciado a ella.
No dejándola completamente.
Sí, dejé de ser
músico,
pero ahora,
me he vuelto un
pianista
de las palabras simples.
Y en un mal cantante
para la vista.
Dicho esto...
Aquí yacen mis
latidos
en partituras leídas
en versos.
Aquí yace un
escritor que escribe
en un inexistente
piano;
creyendo,
que hace música
mientras teclea
entre silencios
y coros,
poesía que aun
persiste.
JNR