¡Hola, me llamo Víctor!
La congelada mañana asomaba su rostro
pálido frente a mi pecho desnudo; mientras el cuchillo de la cocina recién
afilado; yacía incrustado en mi hombro izquierdo. Las gotas retumbaban como tambor
resonando fuertemente al colisionar directo en la duela de madera vieja al
levantarme de la cama. Mis pasos fueron torpes, y fui dejando huella, tras ir
dejando pequeñas lagunas de sangre en mi caminar hacia el teléfono para pedir
ayuda. Sentía que ya era demasiado tarde para conseguir que alguien me socorriera en mi tremendo despertar. Había sangrado mucho, y no tenía pensado retirarme el
instrumento clavado sobre mi cuerpo, que cada vez se sentía más y más punzante.
Me armé de valor. Valentía que nunca había sucedido, pero al fin de cuentas,
valentía. Me despojé del cuchillo de manera efusiva. El dolor estuvo a nada de
provocarme un desmayo que habría sido mortal en esas condiciones de palidez por
falta de sangre. Me di cuenta de que no estaba solo en la habitación. Alguien
observa toda la escena que había provocado seguramente de manera dolosa. Mi
vista era borrosa, como si me pidieran que enfocara mi visión en medio de una profunda neblina blanca. La sombra de alguien se acercaba y se alejaba de tal modo; como si se
tratara de un juego para dicho ser, que reía mientras parecía que serían mis
últimos segundos de una vida que duró 27 años. Una biblia empolvada de pasta
dura daría el golpe de gracia para que cayera inconsciente en la alfombra de la
sala, que ahora abrazaba mi cuerpo inconsciente ensangrentado.
Despierto. No hay nadie, mis heridas están
vendadas. Pero, no recuerdo quién soy. Recuerdo lo que me acababa de suceder.
Pero no recordaba nada atrás de ese suceso en el tiempo. Era como si hubiera nacido en
ese momento y hubiera muerto en ese lapso de tiempo. Como si la vida entera de
una persona desde que nace hasta que muere de vieja, hubiera sucedido en esos
recuerdos que solo habitaban en mi mente destartalada. Ahora ése era mi mundo:
mis recuerdos. Es triste, sí, pero, ¿cuántos disgustos me habrían quitado de mi
memoria? Ahora soy una persona nueva. Diferente. Como si me hubieran dado una
segunda oportunidad. Elegiría un nuevo nombre que me gustara. Mi vida era esa escena terrible, y esa era mi nueva carta
de presentación: ¡Hola, me llamo Victor! ¡Y soy un suicida!
JNR