Luz de noche

 

La solución líquida de color vino se esparcía por un valle con desgarres bien provistos de sufrimiento por toda la habitación abandonada. La escena del atentado era desconcertante a niveles de condición humana en cuanto a grados de perversidad. Diferentes partes de los cuerpos yacían clavadas con gruesos clavos en la pared y techo. Habrían dejado en la licuadora, un tanto molidos los ojos de todos los integrantes de la familia Hernández. Se encontraron por debajo de la mesa de la cocina las partes de las piernas hacia la cadera de la madre e hija. Al parecer las penetraron después de cortarlas en dos a cada una. Los testículos del padre e hijo yacían colgados justo en la manija en la entrada del departamento. Todos los cerebros yacían hechos pedazos en el escusado del baño único del complejo habitacional. Se encontrarían mezclados con eses humanas del autor en turno. Las cabezas de toda la familia, yacían clavadas en escobas que se asomaban de manera muy terrorífica por las ventanas de los cuartos hacia el exterior. No robaron pertenencias de valor ni demás aparatos electrodomésticos ni celulares ni computadoras portátiles. Todo el dinero se encontraba guardado bajo del colchón de los padres. Eran cientos de billetes de varias cantidades; llenos de orina de la persona que irrumpió en el inmueble. Al parecer no le apetecía robar nada, más que solo arrebatar la vida de una familia que se encontraba en pleno desayuno al comenzar el día. Se tomaron pruebas de ADN de todo el lugar y cuerpos. Hasta la fecha, no hemos dado con los culpables del terrible atentado.

 

Habían pasado ya varios años y el caso se había cerrado. La comunidad de la zona cercana y demás personas que conocían el hecho, olvidaron todo. En el departamento ya habitaba otra familia nueva y era como si el suceso de la terrible masacre nunca hubiera existido. Yo, de vez en vez, visitaba una cafetería cercana al departamento; me proporcionaba una vista adecuada de donde se asomaban en el pasado los cráneos clavados en escobas de la familia Hernández. El departamento se encontraba en medio del edificio. Una madre con su hija un tanto pálidas, entraron en la cafetería donde me tomaba mi café bien cargado y sin azúcar. Mientras la madre pedía la especialidad del día de hoy; que eran chilaquiles con pollo adobado, la pequeña niña dio unos ocho pasos hacia mí, volteo a mirarme fijamente con una mirada un tanto pasmada. El miedo me corrompió en ese instante haciendo derramar mi café sobre el pantalón de mezclilla. La niña comenzó a dar pequeños pasos hacia donde yo me encontraba y hablaba sin abrir su pequeña boca: 

—Yo sé quién lo hizo, él sigue en el departamento y aparece cada noche y nunca se irá, nosotros somos los siguientes, y tú lo sabes bien... —expresó la pequeña niña con una voz distorsionada.

Tres de la mañana, las pesadillas desde aquel encuentro con aquella extraña niña me despertaban a esa hora de la madrugada. En los sueños asesinaba de múltiples modos a la nueva familia que ocupa el antiguo departamento de la familia Hernández. Los desmembraba uno a uno y, a la niña, la terminaba ahorcando siempre en medio de sus juguetes. Le destrozaba su pequeño cuello hasta sentir en mis manos la sensación de apretar una mezcla de papilla. Me despertaba siempre sudoroso y muy exaltado, y con ataques de ansiedad que me llevaban en ocasiones al hospital de urgencias. Ya que perdía súbitamente el aire y era demasiado doloroso no poder respirar de manera adecuada. Hubo una madrugada de un viernes a las tres de la mañana, donde no aguante más y fui a visitar el departamento de la nueva familia en turno. Las luces de los faros de la calle parpadeaban de manera tenue. Las luces dentro del apartamento se encontraban apagadas. Pero con ligeros destellos de una luz azul un tanto desconcertante para mis ojos en aquellas horas de la madrugada. Mostré mi placa y demás credenciales que re afirmaban mi profesión para poder entrar al edificio. El cuidador en turno mostró ligero interés en mi persona al ver mis credenciales. Me dejó subir sin más.

Y ahí me encontraba yo, subiendo de manera asustadiza cada escalón hacia el departamento donde mis pesadillas sucedían una y otra vez. Al llegar a la puerta indicada, di para mi asombro de que se encontraba abierta, un poco emparejada, pero abierta, al fin y al cabo. Parecía que estaba solo en todo el maldito edificio, no se escuchaba ningún ruido en toda la atmósfera. Entré sin más al departamento, todo estaba en calma y parecía que no había nadie. La nueva familia se conformaba por padre y madre, más la niña pequeña de mis pesadillas; y que vi en la cafetería semanas atrás. Me sabía de memoria cada habitación del lugar. Fui directo a la habitación de aquella pequeña niña. La extraña luz de color azul neón se asomaba por debajo de la puerta desde adentro hacia afuera del pasillo. Cierto escalofrío recorrió toda mi espalda hasta mis piernas, haciéndome tambalear por algunos segundos. Abrí lentamente la puerta, la niña estaba en una esquina de la habitación, un tanto oscura. Esto era, debido a que de sus manos salían pequeños destellos azules de electricidad que iluminaban el cuarto por un breve momento. Intenté accionar el apagador de la habitación; pero, parecía no haber corriente eléctrica. Al percatarse de mi insistencia con el apagador, la niña soltó una gran sonrisa que para mi agrado relucía demasiado tétrica. La puerta se cerraría detrás de mí. Quise abrirla de nuevo, pero fue inútil.

 

Leía y leía una y otra vez el expediente del detective Belarmino Zapata. Encontramos solo sus ropas en la habitación a un costado del cuerpo desmembrado de aquella pequeña niña. Los cuerpos de sus padres yacían de igual modo: en estado de mutilación y barbarie sádica. La noticia salió en todos los noticieros de México y de carácter internacional. Contrataron a los mejores detectives, departamentos de búsqueda, científicos, FBI, y demás instituciones para dar con el paradero del detective Zapata. Su esposa mencionó que le suscitaban terribles pesadillas a las tres de la madrugada que acababan de vez en vez en el hospital con fuertes cuadros de ansiedad y esquizofrenia. El cuidador del edificio fue el que llamó a la ambulancia al otro día tras haber dejado pasar al detective en plena madrugada en estado de perplejidad. «Lucía un rostro con exceso de preocupación», comentaría pobremente para los medios de comunicación. Las ropas del detective Belarmino, lucían como si se hubiera electrocutado, un tanto achicharradas estaban su camisa y su gabardina. Se sospecha que el agente Zapata también cometió el asesinato de la familia anterior. Ya que nunca se encontraron o se dieron con los culpables del siniestro pasado y a futuro, era como una departamento maldito.

Una vez que me acerque a la pequeña mocosa de sonrisa diabólica, ella frotó sus manos con ardua intensidad. La electricidad salió disparada de sus manos como un rayo incrustándose en todo mi cuerpo. El grito me despertó en mi cama a lado de mi esposa que roncaba como siempre y ya ni se inmutaba con tantas veces que la había despertado a altas horas de la madrugada con mis pesadillas; y que, a ella, le parecían deprimentes y jocosas. Pero esa sensación de despertar de una pesadilla también era un sueño. Seguía en el departamento de los asesinatos de múltiples familias, continuaba dormido en plena sala sin muebles y desnudo. Despertaría con un dolor de cabeza demasiado fuerte. Mi cuerpo ya no era físico del todo, podría controlar mi forma física y lucir de cualquier forma que se me ocurriera. Sí, yo maté a todas esas personas, pero, ¿por qué? ¡¿Por qué…?! La pregunta se ahogaría en un eterno grito que me despertaría  de golpe cada noche a las tres de la madrugada. En mis sueños soy un asesino, en la realidad, trato de perseguir las injusticias en este país como detective que no entiende a quién persigue.  

 

JNR      

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