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Mostrando las entradas de octubre, 2022

La leyenda de Villavicencio

Se quitó la olla de barro del fogón, el café estaba en su punto, el rostro de la abuela se reflejaba en aquel líquido espeso de color marrón. La leyenda de Villavicencio daría comienzo junto con el pulular del humo esparcido hacia el foco del techo simulando el espíritu suscitar en nuestros sentidos. Barcelona, 1939, España. El pequeño Carlitos se encontraba jugando con sus soldaditos de hojalata, simulando pequeños sonidos de disparos provenientes de su boca llena de saliva. Las maletas lo esperaban, su padre había muerto, su madre y él, encontrarían refugio en México tras las complicaciones del régimen franquista. La madre de Carlitos lo tomaría salvajemente de la mano, dejando los pequeños soldaditos de latón olvidados en el césped. Un gran barco proveniente de España llegaría a las costas de Veracruz. La mirada de aquel niño sería de asombro, aunque se sentía un sabor de que las cosas no volverían hacer nunca como lo eran antes. Su infancia se quedaría abandonada en aquel jardín de

Colores

  El chirrido de la silla de ruedas sentenciaba mi presencia, sobre aquel suelo de mosaicos relucientes de color blanco. Mi compañera yacía sentada en un sillón bastante hundida, viéndome llegar con su habitual espera casi devotamente religiosa.   —¿Dónde estabas, Jorgito? Nuestro programa ya va a comenzar. —Me cuestionó Raquel un tanto impaciente. —Ya sabes, Raquelita, cosas de rutina. —contesté mientras me acomodaba frente al televisor y desempañaba mis grandes anteojos. Nuestro clásico programa estaba en su pleno apogeo. Las risas grabadas se escucharían de fondo; mientras se enfocaban nuestras bocas risueñas, nuestros ojos húmedos, más el golpeteo de nuestras palmas chocando sobre nuestras piernas en señal de múltiples agrados y consecuentes disgustos. Raquel apagaría la televisión de manera repentina desde el control remoto; un tanto como si hubiera desfundado su espada Excalibur para empuñarla en dirección hacia su contrincante en lucha. Yo, asustado, no intuí ni vi venir

Tierra santa

  Descansan en mis pies descalzos una multiplicidad de ironías; que sangran entre llantos de tierra santa y marchita. Naturaleza viva, alma roída. Música imperceptible para el cuerpo; pero danzante para el espíritu vibrante. En tu ofrenda se alzan mis más íntimos escalofríos. Me observas Y te alimentas de mi ingenuidad. En tu paisaje se arropa un nuevo ser que inhala y exhala un susurro de esperanza. No hay amor más grande entre nosotros, que el sonido de los tambores anunciando nuestro rito para apartarnos sobre el alistamiento de la aurora, que se escapan en nuestros parpados cerrados. Ya no hay un solo yo, Sino juntos somos un yo eterno; que respira bajo el manto del viento que nos mira. El sol decide tomar su camino en el equilibrio de la dualidad, ofreciéndome la noche donde se afinan de manera más precisa los sentidos. Se enciende el fuego en esta última chispa ontológica que da sus primeras brazas donde se crean sombras;