Colores

 

El chirrido de la silla de ruedas sentenciaba mi presencia, sobre aquel suelo de mosaicos relucientes de color blanco. Mi compañera yacía sentada en un sillón bastante hundida, viéndome llegar con su habitual espera casi devotamente religiosa. 

—¿Dónde estabas, Jorgito? Nuestro programa ya va a comenzar. —Me cuestionó Raquel un tanto impaciente.

—Ya sabes, Raquelita, cosas de rutina. —contesté mientras me acomodaba frente al televisor y desempañaba mis grandes anteojos.

Nuestro clásico programa estaba en su pleno apogeo. Las risas grabadas se escucharían de fondo; mientras se enfocaban nuestras bocas risueñas, nuestros ojos húmedos, más el golpeteo de nuestras palmas chocando sobre nuestras piernas en señal de múltiples agrados y consecuentes disgustos.

Raquel apagaría la televisión de manera repentina desde el control remoto; un tanto como si hubiera desfundado su espada Excalibur para empuñarla en dirección hacia su contrincante en lucha. Yo, asustado, no intuí ni vi venir dicha acción, no daba explicación ante el rostro de asombro de Raquel.

—¡Mira…, Jorgito, mira…! Es el maldito gato blanco del que te hablé esta mañana a la hora del desayuno. —señaló Raquel en dirección a una ventana abierta, tal vez dejada así por algún descuidado del recinto.

Yo no podía creerlo, no tenía noción de que hubiera animales en un lugar como este; pero…, «¡qué diablos!» pensé un tanto angustiado. Limpiaría de nuevo mis gafas ante una posible idea de que se hubieran empañado tras mi asombro. Mis ojos veían un gato color rojo. «Rojo manzana» reflexioné para mis adentros.

—¡Es un condenado gato rojo, Raquelita! —vociferé en voz alta como si pidiera ayuda por un intercomunicador en plena trinchera esperando órdenes para combatir al enemigo.

—¿Has enloquecido, bruto? ¿Cómo que color ROJO? Es un mal oliente gato de color BLANCO…

—Es color rojo, Raquelita, velo bien, ya tu visión no es lo que era antes. —expresé en un tono de seguridad ante lo que veían mis ojos.

Raquel se levantó cogiendo su bastón en dirección a la ventana, tomó al gato desprevenido en sus brazos y se dirigió hacia mi silla de ruedas.

 —Velo bien, maldito anciano… —vociferó Raquel un tanto harta de la situación.

Yo seguía viendo a un gato color rojo.

—Mira sus sucias patas, su cola andrajosa. Aunque, pensándolo bien, está un tanto grisáceo de lo jediondo que tal vez sea venir de la calle o las alcantarillas.

—Enójate lo que quieras, Raquelita necia; pero mis ojos ven a un asombroso gato rojo.

—Es que ni si quiera es un color parecido al blanco el color que mencionas, Jorgito, ¡por favor, has perdido el condenado juicio!

Ella colocó al gato sobre mis piernas envueltas en mi pantalón de pijama; pero al colocarlo sobre mi cuerpo, el gato se tornó color azul, y Raquelita, ahora lo veía color naranja con extrema emoción. No podíamos creerlo, llegamos a la conclusión de que aquel felino mágico, cambiaba de color según con quien simpatizara, y según su estado de ánimo. De pronto, se tornó de un color morado brillante, cuando estaba por gritar de manera ya un tanto asombrada, un enfermero anunciaba su presencia acercándose por el largo pasillo blanco hacia nosotros dos tras nuestra escandalosa algarabía.

—¿Otra vez hablando de su gato que cambia de colores? —preguntó de manera un tanto irónica mientras se acercaba cada vez más.

Ni Raquel ni yo comprenderíamos a que se refería con esa pregunta, «¿Ya habíamos hablado de esto antes?» Reflexioné insistentemente entre mis pensamientos. Para nosotros dos, ese gato era algo que habíamos hablado solo esta mañana, y yo, lo vería por primera vez. Nos llenaba de un gran asombro al verlo en la sala de estar conviviendo con Raquel y conmigo. El gato abandonó mis ya muy entumidas y delgadas piernas para escabullirse ante la ventana estratégicamente abierta para emprender su huida. El enfermero llegaría justo en la desaparición del aquel bello gatito.  

—Ya es hora de que tomen sus últimas medicinas del día de hoy y de que se vayan cada uno de los dos a sus habitaciones a dormir. Son los únicos despiertos en la sala de estar, Raquel y Jorge. —dijo el enfermero con una mirada cansada. Parecía que no era la primera vez que nos veía discutir y hablar sobre aquel endemoniado gato.

Tomamos nuestras pastillas y fuimos directo a la cama sin comprender lo que había sucedido. Nos sentíamos molestos por querer tener la razón tanto Raquelita como yo de defender la existencia de aquel espectacular felino. El enfermero cerró la ventana esperando ver al fin a algún gato color blanco o algún gato color rojo o verde, o amarillo y azul; pero, sabía en el fondo que nunca se acercaría un gato a este hospital psiquiátrico con especialización en esquizofrenia.

 

JNR

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