Brebaje rojo

El cielo comenzó a tornarse color grisáceo, las nubes refunfuñaron enaltecidas su ira al anunciar una ostentosa tormenta que, en su despampanante música de tronidos, nubes dignas de las más salvajes oberturas de una pieza clásica en pleno apogeo orquestal, propiciaron el descenso de la primera gota. La escena acompañó a dicha gota en su viaje desde lo más alto del cielo, hasta enquistarse en la frente del rostro desvanecido de nuestro protagonista, que sangraba, que exhalaba de dolor, más el sonido de cada gota al caer de su cuerpo, en un charco sepulcral estancado por su propia sangre: ¡Ploc! ¡Ploc! ¡Ploc!

Los múltiples flecos de cuero con puntas metálicas de aquel látigo fustigante, desgarraron su piel molida, dejándola así expuesta a algunas zonas de hueso lúcido. Ríos y ríos descendieron de cada despiadado latigazo sobre su cuerpo marchito. En su mirada no había lágrimas cristalinas de dolor, sino, lastimosas lágrimas de color rojizo que caían de manera lenta: ¡Ploc! ¡Ploc! ¡Ploc!

Fue tomado. No, no, fue despojado cual oveja hacia el matadero, sus trasquiladores contemplaban su obra de arte a base de carcajadas hilarantes y miradas brillosas de gozo divino. La burla y el desprecio enaltecieron aquel instrumento en forma de aro donde las espinas más filosas atravesaron sus párpados, sien y cuero cabelludo. Fue envuelto en una tela color púrpura sobre aquella piel que ya no era para nada lisa. Al limpiar el piso después del acto, los trapos rojizos, al exprimirlos, murmuraron su sonata apacible y casi imperceptible: ¡Ploc! ¡Ploc! ¡Ploc!

Al llegar a su destino, después de su fatigante camino recorrido, grandes, ostentosos y filosos clavos atravesarían su cuerpo sobre la madera astillada. Primera muñeca: ¡Tlac! ¡Tlac! Segunda muñeca: ¡Tlac! ¡Tlac! Ambos tobillos: ¡Tlac! ¡Tlac! Su rostro reflejaba una fría concentración ante el dolor que para cualquier otro mortal habría caído desvanecido ante brutal acto. Antes de que la gran lanza rompiera su pericardio y brotara aquella mezcla entre sangre y agua, en su mente repitió de manera constante la siguiente frase: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» ¡Ploc! ¡Ploc! ¡Ploc!

—¡Qué gran obra maestra, digna de su talante figura, oh, su ostentosa majestad! —expresaron en un tono exaltado múltiples demonios.

Solté una ligera sonrisa desde mi trono, las llamas a mi alrededor estaban en su punto máximo. Antes de volver a contar de nuevo el acto, les pediría a mis lacayos que llenaran de nuevo mi copa de aquel exquisito brebaje rojo traído del mundo de los vivos: ¡Ploc! ¡Ploc! ¡Ploc!
                                                                                                     

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