¿Quién soy cuando escribo?
Cuando escribo soy antes que nada mi primer lector instantáneo. Comando órdenes y las ejecuto, las vuelvo trazos estéticos en la simplicidad del papel, que posteriormente quedan grabadas en un universo digital que se expande a lo infinito. Soy un disipador electromagnético, que calma la temperatura al borde del incendio, y que son capaces de propagar las más fugaces ideas.
Mientras escribo se siente una melodía
que comienza una tormenta de lo más estruendosa; pero, que va de menos a más.
Escazas gotas de música fluyen hasta convertirse en un chubasco de notas
musicales escritas.
Soy un cirujano de la imaginación que
cura las heridas de la realidad. Intento ser el director de orquesta que
culmina satisfecho al terminar cada obra musical escrita en palabras.
Quito la cáscara de mi intención
literaria, desnudo los gajos textuales que escurren y palpitan las más íntimas
semillas de mi amor por el oficio de escribir.
Me convierto en telescopio y trato de
descifrar el orden cosmológico de las letras.
Soy el sabio que se arriesga a ser
idiota frente a sabios, y al mismo tiempo me vuelvo un discreto idiota con
aires de intelectual.
El tortuoso ego me convierte en globo,
inflándome de ilusión, pero me reviento con el alfiler de múltiples miradas
indiferentes provenientes de expertos y uno que otro lector náufrago, que
arriba por accidente a la isla de mi escritura.
Soy el niño que inventa castillos
vagabundos con cañones invisibles que aquietan al dragón vengativo y furioso
porque raptaron al rey de la pereza textual.
Me convierto en un conejo blanco que
llora al ser sacado del sombrero por el mago de las palabras.
Me vuelvo una copa empañada de vino,
parada en una mesa con mantel blanco en un atardecer en algún pueblo olvidado
de Italia.
Me transformo en una calle de Paris que
todo turista pisa y recorre con prisa y ansia para dar con la maravillosa Torre
Eiffel. Cuando escribo soy el diario empolvado que algunas pupilas recordarán
con nostalgia de que alguna vez pasé por este mundo, vivo y respirando, y,
sobre todo, escribiendo..., pero, sobre todo, soy un muerto que habla desde la
tumba donde mis cenizas se agitan muy despacio al saber que algún día me creí
un simple escritor. Y también hay un poeta en mí,
que encierra a un filósofo en una prisión en su raciocinio.
Soy el poeta que entona un
ligero canto al alba, y soy el filósofo que calla sin prisa para
retornar a gritos mudos en su filosofar. Soy el poeta que compone en un
piano roto y con escasas teclas. Pero también soy un filósofo que enmudece en sus
desafinadas melodías con el ataúd de sus labios. En su eterno retorno que sella
ante cada pregunta sin respuesta hacia al cosmos.