Parálisis
Pasos,
son solo pisadas en el techo, son nocturnas y solo denotan su presencia en madrugada.
Son pasos… pisadas fuertes; traviesas. No puedo mover mi cuerpo, la parálisis
del sueño se concreta. El cadáver en estado de putrefacción lo sabe. Lo sabe
perfectamente. ¡Lo sabe, maldita sea! Comienza a lamerme la oreja mientras
trato de moverme, entre las cobijas que lucen como una camisa de fuerza en toda
mi inquieta demencia. El muerto sabe que no puedo ir tras él, lo sabe, así que,
baja lentamente las escaleras en dirección hacia la hornilla de la estufa en la
cocina oscura. Los pasos siguen suscitando en el techo. Pero ahora al ritmo de
mi pulso cardiaco que, es cada vez más y más acelerado en su tamborileo
incesante. El sudor se posa sobre mi frente. El ente en estado de decadencia,
logra encender la hornilla con un pedazo de periódico hacia las cortinas de la
cocina. Mis padres, mi hermana, mi perro, todos están dormidos. Y no saben
nada. ¡Todos vamos a morir! El fuego se expande hacia lo alto de la casa, ha
consumido a mis padres, y consume a mi hermana y al perro de manera tenue y
escalofriante. Nadie sabe, nadie despierta, mientras la piel de todos ellos se
calcina y solo quedan sus esqueletos en un color carbonizado. El cadáver yace
frente a mí, ríe, ríe a carcajadas. Me señala con su dedo podrido, se le escapa
un pedazo del hueso. Ríe, ríe… No deja de reírse de mí. Los pasos son cada vez
más fuertes, ya no parecen pasos, si no saltos incesantes alrededor del techo
hirviendo. El fuego comienza a entrar en mi habitación, mis lágrimas delatan su
presencia en mi rostro paralizado y un tanto impotente. El cadáver ríe mientras
lo consume el fuego, ríe desmesuradamente, su quijada se derrite y aun así noto
que se sigue riendo de mí, con esa mirada tan intensa que se desvanece con el
derretimiento de sus pupilas. Siento las sabanas de la cama derritiéndose sobre
mi piel. Muero con un dolor tan intenso, tan profundo, tan conciso, pero no
puedo desmallarme del dolor, ya que mi cuerpo ante las quemaduras; no se inmuta
ante tal dolor de tener mis tripas y músculos al rojo vivo expuestos. Nunca
había tenido una parálisis del sueño en toda mi vida, era la primera y la
última. Los pasos en el techo se han detenido. Desearía que hubiera sido solo
una pesadilla… Pero no lo fue, ahora solo tengo sueños donde camino y brinco en
el techo de la casa.