Desquicio

 

El desquicio de pensar en volverme un engendro de la locura, deseando no caminar en malos pasos que promuevan una nueva e insana cordura. Matar al vecino ruidoso, perforar el cráneo del niño gritón de la calle. Cocinar el corazón de aquel bebé llorón. Tejerme un vestido de piel humana a quien complazca la impropia sensación de impertinencia de no compaginar conmigo. Volarle los sesos a los motociclistas que circulan y circulan por mi amada morada. ¡Quisiera degustar su carne! ¡Quisiera embriagarme con su sangre! ¡No, no, no puedo recaer! No sería ningún logro colgar un cráneo más en la sala. ¡Pero qué ganas! Esas, las de perforar las pupilas de aquella mujer narcisista. ¡Pero qué ansias! Esas, las de castrar al pobre tipo que maltrata a sus mascotas. ¡Tengo sed! ¡Mucha sed, de justicia social! ¿Qué sería de la muerte sin la venganza? ¿Y qué sería de la venganza si no acaba en muerte? Las de ellos, sus vidas, contra la mía, que se alza en ganas de forzar lo que no se puede evitar. Esta locura de asesinar, de desmembrar, de acuchillar, de disparar… ¡Qué ganas de gritarle a la gente para que así me confronte! Y así mueran deliciosamente en mis manos manchadas de sangre ajena. ¡Qué tanta falta! Para llegar a ser ese gran asesino e inmortalizar mi alma. Le prometí a mi madre no matar más, le prometí a mi padre, no degollar más, le prometí a mi hermano, no quemar más… Tengo que cumplir las reglas de la sociedad, que peca y recae de insana y de inmoral. Mi dignidad perniciosa me corrompe, mi salvedad no quiere prosperar. En verdad, en verdad, ¡qué ganas! de moler la cabeza del niño que no deja de gritar a palos. ¿Estará mal pensarlo? ¿Estará mal solo desearlo? Soy un buen ciudadano. Ayudo al vagabundo, barro la calle, eso sí, siempre babeando y deseando el así descuartizar a quien pase. Solo una piernita, solo una manita, solo un pedazo de orejita para este hambriento de ira. ¡No, no! ¡No quiero estar preso! ¡No quiero recibir la inyección letal! ¡No quiero morir tan lleno de venganza! Necesito ir al psicólogo o al terapeuta, o ya de perdida con el psicoanalista. Pido ayuda, nadie me ayuda. El teléfono marca y marca y no contestan. ¡Contesten, por favor! No aguanto esta locura, me carcome, se siente que mi alma pesa. Mi respiración se desborda, mis oídos se agudizan, siento que mi pecho va a colapsar. Lo lamento mucho, personas cuerdas; pero el deber llama… Salgo a la calle, son las tres de la madrugada, no hay nadie, todo yace en calma, ni un alma; solo silencio. Me percato que es un sueño, tal vez un mal sueño, o una terrible pesadilla. Despierto, me encuentro en la calle, son las tres de la madrugada, mis manos están húmedas; rojas. La cabeza de un infante se retuerce bajo mi pie izquierdo. Mis lágrimas comienzan a descender de mis ojeras bien marcadas. Despierto. Me encuentro recostado frente a mi psicoanalista. Ella sonríe, la hipnosis parece haber funcionado. Ya no siento ira, ya no siento esta sed de venganza y hambre de asesinar. Pero surge el vacío, me siento sin sensaciones, muerto, he dejado de ser yo. La psicoanalista hace sonar la campana, despierto. Estoy en prisión. Es hora de comenzar la jornada del día. ¿Mi sentencia? Diez años por cada persona que asesiné en cada deseo de esta historia, y sí, incluyendo a mi psicoanalista.  

Entradas más populares de este blog

Poeta incierto

Mi llorar silencioso

Ángel caído

Silencio desaparecido

Incompetente

No me alcanza la vida

Una voz que se ilumina

Ira absoluta

Hay libros

Soy autista