Un rostro callado

Un desquicio que va en aumento

en la benevolente bruma de mi espíritu.

La agonía se disfraza de paciencia.

Los rostros enmascarados me juzgan.

Nadie atiende, nadie asiente…

 

El silencio es mi escudo, mi arma.

Complacientes son los verdugos

ante la espera de mi alba expuesta.

Cruje la cordura, cruje la demencia.

 

Se insertan las espinas en mi pecho,

caen los pétalos sobre mi espalda rígida.

Nadie se conmociona, nadie se exalta.

 

Me estoy volviendo mudo

frente a la cordura que se ha vuelto apática.

Nadie se acerca al pozo de mis lamentos.

Ahora las gotas son meros adornos…

Adornos de un candor que se escapa.

 

Ríe cruel testigo, ríe…

Porque ya nadie reirá

frente a las heridas expuestas.

Anhelo que nadie extrañe mi sonrisa.

Ya que sólo seré un rostro que mira;

paciente, callado, apagado y sin prisa.

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