HAY UN GATO NEGRO SOBRE LA CAMA

Hay un gato negro sobre la cama, él no existe, ni yo, pero algo nos une en esta melancolía de fantasía, más la desesperanza que ya nadie atiende sobre mi propio porvenir obtuso. Mis pies y demás cuerpo no responden al movimiento de mi ingenua orden que mi mente proclama frente al suspenso del anochecer voraz y desalmado.

El gato yace estancado sobre la frialdad de mis delgadas piernas blancuzcas. Sus brillantes y filosas garras se asoman de vez en vez en cada estiramiento sobre mi cuerpo que ya nadie proclama; por ser la noche de cesación laboral de múltiples enfermeras con experiencia, esta noche solo estarán los novatos que en su eterno anotar no perciben el sonido incesante de sus bolígrafos al apretarlos de manera repetitiva. Esas almas jóvenes que harían cualquier trabajo sucio de otro para poder lograr sus metas monetarias. El movimiento de mi fisonomía se ha suicidado en la existencia vacía de mi ser andante. ¿Cómo ahuyentar al gato negro sin asustarlo y sin hacerle daño alguno al pobre? Mi parálisis no perdona a este pequeño felino, que solo busca calor corporal en mi cuerpo delgado y frío como la noche que asciende sobre los pasillos de este hospital decadente. Mis huesos inertes no se inmutan ante el ronroneo constante sobre mi piel clara como de papel. Las garras se hunden mientras aquel pequeño felino solo afila sus uñas largas en su cotidiana manera de ser en el mundo. Aquel ritual luce doloroso sobre mis piernas frágiles. Las pequeñas gotas de sangre se asoman sobre mi bata blanca. Pero no siento dolor alguno. Solo me dejan hipnotizado aquellos ojos verdes como zafiros, al ras de la noche que el gato negro refleja en el intercambio ocular entre su rostro y el mío. Las horas, los minutos, más los eternos segundos avanzan sobre mi sufrimiento insensible de mi cuerpo endeble. El gato negro ha adquirido el gusto por la sangre que emana, un tanto ya como pequeños charcos sobre la cama. Bebe y se alimenta de mí, mi existencia ha perdido la esperanza de que algún día vuelva a gozar de la sensibilidad que profana en la mayoría de cuerpos comunes y saludables. Parece que no le basta con saciar su hambre con mi piel a aquel felino negro, ahora ha encontrado otro alimento más llenador para su apetito callejero. Mis testículos ahora son parte de su menú variado. Va y vuelve el pequeño felino por la pequeña ventana que yace en el techo y que da hacia una calle abandonada. Tal vez solo es una madre hambrienta que provee de alimentos a sus pequeñas crías para poder sobrevivir en este mundo cruel de pelea constante. Aun no me desangro del todo hasta perder el conocimiento, sus mordidas son tenues, suspicaces, no ha arrancado ambos testículos completamente, solo mastica pequeños trozos y se marcha junto con mi sangre esparcida en su pequeño hocico ahora lleno de bigotes de color rojizo. Empiezo a tener ligeras alucinaciones y a marearme de manera más intensa. La sangre comienza a circular de manera más fluida sobre mi cama que gotea de manera constante dejando así un gran charco sobre el suelo de mi habitación. La idea ridícula de acudir a un hospital para poder sanar ahora parece un poco estúpida. Al parecer solo vine aquí a morir de la manera más anónima posible. Sin gritos y sin dolor, solo pequeños sonidos de lamidas y el masticar de un gato negro que yace sobre mi cama.



Entradas más populares de este blog

Poeta incierto

Mi llorar silencioso

Ángel caído

Silencio desaparecido

Incompetente

No me alcanza la vida

Una voz que se ilumina

Ira absoluta

Hay libros

Soy autista