Me siento costumbre
Me siento como un río desbordante entre el
ser y la nada; complaciente, devoto y tan lleno de espasmos, tiritando sobre redundantes
cuestionamientos existenciales. Soy un nombre que no elegí, soy el rostro
repetido de generaciones que refrendaron el mismo acto de reproducción
evolutiva. ¿Será una simple tristeza o un gran alivio, el que no genere descendencia?
Esa será una respuesta para la tierra, para los gusanos, o incluso para mis
cenizas. Soy costumbres y anhelos adquiridos, soy un patrón mental adquirido,
mamado, absorbido. Lamentable cosecha de actos que me zumban en la frente.
Multiplicidad de ronroneos mudos que anhelan ser escuchados. Me convertí en la
burla descarada del intelectual de oficina, de aquellos amantes de la
apreciación fenomenológica e inducida por sus más teológicos y profundos
sentidos. ¿Qué sentido tiene seguirles el paso si conduce a un torrente de ilusorias
aguas diáfanas? ¿Por qué sentir su ira, su indiferencia, sus malas costumbres?
Yo sólo miro a historiadores o ensayistas titulados, no aprecio filósofos… ¿Por
qué tanto ego, por qué tanto desdén? Y no me considero mejor ni peor por no
seguirlos. ¿Quiénes somos todos realmente ante la repetición de actos
constantes? La nada, lo absurdo, la gran máscara de la ética y la moral nos
aplastará algún día sin dejar rastro de nosotros. ¿Por qué me he convertido en
una irritable costumbre? ¿Quién soy yo para criticar el esfuerzo ajeno? Siento
que mis pasos están gastados, roídos, olvidados… ¡Qué osadía cuestionar a la
vida misma que se repite y se repite fervientemente! Todo sucede, todo…, los
mismos cuestionamientos repetidos una y otra vez por “diferentes nombres”, por “diferentes
rostros”, por las mismas inquietudes sobre lo que seguirá cuando la humanidad
se extinga. El malestar ha llegado junto con una descomunal náusea. ¿Por qué la
vida busca trascender si venimos de lo que permanecía en trascendencia antes de
la vida?