Silencio eterno
El Sol me salva bajo tu pecho de plata,
saltan los látigos bajo mi eterna cruz.
Incandescente cabalgo en un rio de luz.
Las lunas en tus senos tibios me bastan.
Como ave silenciosa te deslizas
a un manto de sangre bendita y gastada.
Las telas blancas se vuelven negras, se vuelven lizas,
frente al tumulto de la carne pálida y sagrada.
El rito de nuestros pecados comienza:
El cuchillo de oro se alza
junto con el agua fresca y en calma,
el humo abastece nuestras malezas.
La oscuridad enternece nuestros suspiros,
la media luna, de amarillo intenso, nos abraza.
Abrazas mi sexo bajo tus ropas húmedas.
Cada movimiento tuyo expone la sangre cálida.
Los olores se entrelazan con los líquidos,
las pieles se vuelven una sola, una esencia.
La vida se nos escapa, pero aterrizamos
en lo eterno, en lo infinito, en la esperanza.
Los cadáveres callan frente al alza de la marea.
Ya no hay suspiros, ya no hay susurros,
ya no hay sudor, ya no hay calidez,
ya no hay nada frente a lo que cambia.
Finalmente, nuestros respiros se tornaron
en un silencio eterno que no descansa.