Soplo de brisa
Desvanecido permanezco fiel a mi asombro,
aquel asombro de hallarme y percibirme frente al espejo, mirar ese rostro que
se difumina ante un cúmulo de agotamientos que no tienen nombre, que no tienen
palabras… Discuto conmigo acerca del devenir complaciente, que cursa el tiempo
ante el vacío que ofrece una existencia que es diminuta y perene. ¿Qué sentido
tiene? Mirar lo que no se puede mirar, alcanzar lo inalcanzable, aspirar a lo
que no se puede asimilar. Somos un soplo de brisa que nadie admira, que nadie
pasa a contemplar… ¿Quiénes somos ante la nada? Me siento un rostro accidental,
un destello entre miles de billones de destellos frágiles. La sombra me mira,
me espera; sonríe ante mi destino que es la muerte, la sombra, la oscuridad, la
nada, aquel vacío cósmico donde ya no hay luz ni materia, ni destellos. Mis
ojos comienzan a empañarse, la claridad se vuelve más clara, sin detalles,
aprendo a mirar a la oscuridad. Decido engañarme. Me siento perceptivo, como si
la naturaleza me hubiera dado un don especial para intentar descifrarla mejor,
me siento alguien quien decidió no mirar los pensamientos. La religión aparece,
la trascendencia ante los monumentos coloridos me sacia. ¿Por qué no percibo la
ilusión? ¿Por qué me siento en paz ante lo que no tengo respuestas? ¿Qué será
de mis súbditos cuando no pase nada después de la muerte? Al menos podré decir
que fue un cúmulo de experiencias que me hicieron apreciar mejor la vida. ¿Qué
serán de mis deseos más íntimos sin la simulación de lo divino? ¡Qué gran vida!
Tan llena de experiencias, tan llena de desgastes, tan llena de sumisión ante
la carne. La ética se ha ido, la moral se desvanece, me vuelvo un complaciente,
un hambriento de mis impulsos más oscuros. ¿Por qué llorar frente al espejo si
me he decidido a mirar a un conquistador? Hay límites, pero saber las reglas me
hace tomar ventaja ante el ignorante pertinente. Soy la oscuridad, soy lo que
no tiene razón de ser frente a lo que se desvanece. La muerte no me acabará, ya
que mi ilusión me hará eterno. Ya no me siento yo de repente, algún día
despertaré y ya no habrá nada, ya no tendré mi visión marchita. Al final
sentiré que usé a la vida, que use a las personas; sentiré en realidad que
la vida me uso a mí y me ilusionó ante la nada, ante lo que no trasciende, ante
mi narcisismo de creerme un ser que ve lo divino, lo eterno. A mí me juzgarán…,
pero la nada, ¿a quién juzgará?