Alma movediza

 Palpita el alma junto con la tierra.

Las plantas no entienden nombres;

sólo conocen el agua de la pradera,

que se alzan al cielo junto a las costumbres:


El viento cuchicheando

y las nubes carraspeando.

La lengua me sabe a tierra

junto con el corazón que borbotea.


La luna emerge y pellizca.

Las estrellas quedan fijas en mis venas.

Late el alma borracha

en la huida de un sol que pestañea.


Las hojas bailan en su espontánea danza.

¡El pulso fuerte se ha vuelto racha,

la excitación pincha

al sentir el pasto de mis pies descalzos!


Las tortugas se introducen

donde comienza el canto de la espuma,

llevan la esperanza y el desdén

del corazón fijo que se esfuma.


Bosque y mar, convergen;

en su dialéctica onírica.

No hay ciudades, ni profesiones,

sólo importa la vibra del corazón,

sólo importa la calma nítida

junto con el cuerpo regocijado.

A la naturaleza no le interesa

nuestro pasado quieto,

ni nuestro futuro incierto.

Al mar y al bosque,

sólo les inquieta nuestra alma intensa.


¿Por qué aferrarnos?

¿Por qué no soltarnos?

¿Por qué ese afán de vivir?

La respuesta es simple:

Porque nacimos de la tierra,

y en la tierra habremos de morir.


¡Santa madre Tierra,

en tu alma dejo mi huella,

mi ser, mi luz,

mi esperanza, mi sonrisa,

mi lealtad y mi presencia finita!


El tiempo mejora,

junto con tus giros que se balancean.

Algún día dejaré de sentir el agua

para convertirme en marea.

Y con anhelos al fin podré,

ser el polvo que te desea.

 

J. N. R.

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