Ceniza viajera

Donde antes hubo una mirada de ojos verdes, ahora acaece polvo que galopa. Mi calma es trágica, crecida, como un latido que purifica a la hojarasca. Tu pecho tierno yace bajo tierra. Eran cálidas tus voces las que embrutecían las praderas. El viento se ha quedado huérfano frente al vacío de tu marcha. Guardabas en tus labios un millar de flores frescas. Tus vestimentas se han vuelto inertes a partir de la ausencia de tus danzas. Donde antes había carcajadas, ahora hay ceniza. Te convertiste en polvo y del propio polvo venías. Actualmente, dónde encontraré el elenco de tus sonrisas. Recuerdo que tus brazos eran nubes que florecían. Cuando antes gozabas de presente, ahora el tiempo en ti ya no confía. La eternidad se ha vuelto cosa tuya. Los rayos del sol ya no enternecen a tus mejillas. La luna es otra y las noches son distintas. El sonido de tu nombre flota en el desdén de mis pulsos adormecidos. Me surge la necesidad de recuperarte, de liberarte y dejar que goce tu espíritu viajero. A pesar de que ya no tengas cuerpo, a pesar de que ya no tengas la mirada fija, a pesar de que ya no te conmuevas, a pesar de que la vida es tierna y embustera, surge la necesidad de escuchar cómo las montañas soplarán tu nombre: Martha te aclamarán, Martha te dirán. Me encomiendo al alba y al destino, de que tu nombre se inmortalice, encomiendo al viento que te lleve a lugares remotos, de aquellos de los que no divisaste, de aquellos a los que tu querer relucía. ¡Viaja alto y con alevosía, mi muy amada madre mía, mi muy amada ceniza risueña, mi muy amada ceniza viajera!

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