Locura expuesta

Es tu mar, es tu calma, son tus olas, es tu fuerza, o más bien, es la desproporción de mi locura expuesta. La marea baila regocijante ante sus impulsos telúricos, desproporcionalmente injustos. La lluvia se vuelve ácida frente al manto tendido de la añoranza. Saltan a la vista, las criaturas marinas que yacían ocultas frente a mi desconsuelo incierto. El mar se torna oscuro y vuelve a su calma; pero las luces místicas emergen desde el fondo marino. Las bestias no conocen de misericordia, sólo tienen hambre, sólo quieren saciar sus más sinceros impulsos. Soy una carnada cómoda. El mar no se lamenta, el océano tiene sed de venganza. Por cada cuerpo no arrojado, aclama sus divinas alabanzas. Mi susto se ha vuelto llanto. Ese último llanto frente a la muerte que no se espera, al menos tan pronto y en este instante. ¿Cómo es que ahora mi vida equivale a segundos, a una esperanzadora misericordia inexistente? No, los monstruos no conocen de clemencia. ¡No, no, no…! Esto no puede acabarse así: sin testigos, ni altares. Sin un alma que presencie el fin de mi burda existencia. Nadie me recordará, nadie lamentará mi ausencia. Me convertiré en un soplo que la marea desvaneció en su movimiento rutinario. Todo es cambio, nada permanece, ni siquiera mi fortaleza, ni siquiera mi templanza, ni siquiera mi tristeza. Los inmensos tentáculos, desde el fondo del mar acaban con el brillo de la superficie reflejada por la sangre revelada. Ahora reina la oscuridad y la nada. Y para mí ya no hay mar, ya no hay calma, ya no hay olas, ya no hay fuerza, y mucho menos, la desproporción de mi locura expuesta.

J. N. R.

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