En efecto, es poesía

Se enciende un destello en medio de la vorágine corrompida por vástagos. El destierro me otorga una bocanada de aire que se aquieta bajo mi lengua que yace tendida en el eterno embate moral frente a la tentativa venganza de un rostro que ya no me pertenece. Se alza el puño de millones de voces calladas y amargas, intoxicadas de injusticia. Las serpientes se aceleran ante el árbol viejo y torcido. Ya no hay cielo, ni tierra, ni infierno. Las últimas notas de un piano gastado pululan en un eco aterrador bajo el manto del horizonte. En efecto, son muecas, lamidas de falos y vulvas, es el encanto vacío de lo que llaman cuerpos. El cáliz yace oxidado desde hace cientos de años. La seriedad de sus letras de postín astilla mi desgracia. Las llamas emergen bajo sus nervios tan llenos de fantasía y grandeza de cartón. Brota la primera lágrima en medio del caos apocalíptico literario. En dicha gota de resignación se refleja la ausencia de un Dios ficticio que nunca ha acudido a mis suplicas. Su efímera fama insulsa me sabe a clavos introduciéndose sobre mis venas. Venas secas y drenadas de un talento que el ego ajeno calló en mí. ¿En dónde está mi serenidad y mi cabeza fría? Es cierto, está en su silencio. Un silencio que no los hizo pensar nunca sus propias ideas, sus propios intereses verdaderos. La tierra tiembla en lo que me queda de vida. Los latidos de mi corazón se han vuelto mi única proeza. En efecto, mi poesía yace enterrada para que pase su anhelo de fama inculta. Dios se ha ido y me piso las alas. Mis alas escritas bajo mi espalda azotada. Las cadenas no me dejan quitarme la sangre del rostro. Los látigos resuenan en medio de cada estrofa suya expresada por el micrófono de su arrogancia. Dios, perdónalos, sí saben lo que hacen, pero aún así perdónalos. Ha llegado la hora de marcharme de este plano escrito y tan lleno de pecados viles, tan propios de su glotonería incesante. La punta de la lanza destella en brillos que susurran el fin. Ya no hay sangre, sólo agua, el poco líquido de mis tímidas letras cayendo al suelo resonando hacia lo distante y trascendente. La gloria me espera, la gloria de un paraíso oscuro y lleno de tinieblas. ¡En efecto, siempre se trató y se ha tratado de poesía…!   

J. N. R.

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