La sangre se haría presente

El terror era real, podía escuchar el sonido de la sangre…, podía sentir las exhalaciones desafinadas de los cuerpos quebrándose en sus últimos soplos. La criatura masticaba desesperadamente. Sus pequeños ojos brillantes, se alcanzaban a distinguir en la indiferente oscuridad; junto con el brillo de sus colmillos y la sangre, que por alguna extraña razón, resonaba en álgidos destellos. Yo intentaba arrastrarme en aquel suelo húmedo y lleno de ratas que relamían los charcos de sangre provenientes de las extremidades arrancadas de mis familiares. Donde antes tenía mis piernas, ahora parecía tener una falda de tendones y huesos triturados. Las lágrimas ya no alcanzaban a compensar el dolor. La criatura se percató del disturbio que causaban mis alaridos ante el acto de alimentarse de manera ininterrumpida. En sus ojos se quitó aquel brillo penetrante. Ahora reinaba en su mirada un instinto de siniestro estático. Dejó de masticar el torso de mi madre para arrojarlo al suelo, salpicando toda la atmosfera. Se dio el tiempo de contemplar cómo suplicaba porque terminara con mi dolor; no fue así. Solo se esmeró en relucir todos sus colmillos: a modo de una gran sonrisa y marcharse lentamente escalando hacia los edificios aledaños. Mi visión comenzó a nublarse, lo que inició como una ida al cine con mi familia en la noche, se convertiría en una cena perfecta para aquella criatura de gran tamaño que deambulaba entre las calles abandonas.

Desperté de aquella pesadilla que se repetía una y otra vez, las enfermeras ya se habían acostumbrado a mis gritos nocturnos en la madrugada. Mi cuerpo yacía vendado y con la ausencia de mis piernas. Aquel mal sueño no era una pesadilla, fue un evento real que se repetía cada noche en mis sueños; tras la pérdida de mis padres y mi querida hermana.

El tiempo siguió su cauce, ya me había acostumbrado a la silla de ruedas, pero los gritos en la madrugada persistían, cada vez más aterradores. En cada sueño apreciaba a la criatura de manera más detallada; sus garras, sus colmillos, su hambre. Ninguna autoridad o experto en la materia supo explicar lo acontecido, mi caso era inexplicable y consideraban encerrarme en una prisión psiquiátrica, ya que sospechaban que yo fuera el principal protagonista de los hechos fatídicos que terminaron con la vida de mi familia. Pero las mordidas y la aparente automutilación no coincidían con sus especulaciones. Me acostumbré a cada año que se conmemoraba aquel día, a visitar aquel callejón nocturno, con la esperanza de volver a mirar la bestia, de ver aquel intento de sonrisa ensangrentada, de intentar entender el por qué de las cosas. Mis lágrimas emergían con extrema dificultad haciendo un eco entre los botes de basura.

Pasaron seis años, pero aquel aniversario luctuoso sería diferente, presentía que tal vez ese día por fin, pudiera finalmente, apreciar de nuevo a la bestia de mis repetidas pesadillas. Y así fue, llegó a la misma hora de aquel día que decidió dejarme sin piernas y sin familia. Habría luna llena, se alzaba su cuerpo airoso en la punta de aquel complejo lleno de ladrillos. Mi cara se volvió a llenar de terror al contemplar aquel aferrado intento de la bestia en sonreírme. Dio un gran saltó que provocó que todos los gatos callejeros y ratas, emprendieran una huida despavorida. Sus garras se alojaron en las posaderas de mi silla de ruedas, solo estábamos nosotros; frente a frente en aquella inquietante velada. Le pedí que terminara con mis pesadillas. No lo hizo, lo que hizo fue babear frente a mí, como si estuviera enfrente de un exquisito alimento pero que quería apreciar antes de degustarlo poco a poco entre su hocico. Pero desistió ante tan irresistible impulso, solo se limitó a rasgarme el pecho de manera cuidadosa sin penetrar tanto en la piel. La sangre se haría presente de nuevo en aquel suelo nocturno. Su sonrisa ahora parecía más lúcida y grande. Mis pupilas se pausaron de miedo, la criatura cambió de forma a la de una rata un tanto grande y amarillenta. Mi asombro fue descomunal, de parecer una aterradora entidad, ahora solo lucía como un inmenso roedor que olfateaba la sangre en el suelo donde se reflejaba la luna llena. Pero decidió dedicarme una última mirada en dirección a mi rostro, antes de su desaparición entre una coladera ligeramente abierta. Pero esta vez no había sonrisa ni terror, solo una mirada vacía e ingenua de un animal que le daba cierta curiosidad mi presencia. A partir de ese día, no volvió a hacer acto de presencia en cada año que acudía a aquel lugar. Nunca nadie me llegó a creer, nunca nadie me tomó en serio, nunca más nadie me vería como alguien cuerdo…

J. N. R

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