Criaturas metálicas
Dispongo de un desierto lleno de almas
pasadas que arrastro en mis pasos con cada latido desesperado. Me detengo en el
callejón a un costado del muelle. Ningún testigo me acecha en su posible desdén
de juzgarme cargar un arma a la altura de mi rostro colmado de agobio. Las
criaturas metálicas retomaron su marcha escandalosa de no rendición con tal de
encontrarme. Decido aventarme al mar oscuro de golpe, nunca había nadado en el
mar de noche, me siento igual de inseguro que en la superficie. Los entes se
detienen al sentir mi hedor donde yacía de pie hace unos momentos en el muelle.
Al no verme deciden seguir buscando en otra parte de la playa. Mis lágrimas de
horror se mezclan con el oleaje pasmoso del agua salada. Siento cómo algo rosa
mis pies, no le tomo importancia y trato de ir hacia la playa a unos cuantos
metros. Pero ahí estaban esperándome aquellos seres de mirada fija y de cuerpos
metálicos oxidados. Todos tenían hachas y machetes recogidos de algún lote de
chatarra abandonada en la cercanía. No pude correr muy bien y esquivarlos por
mi ropa mojada. Sólo disparé a lo que creía que eran blancos fáciles. Las balas
rebotaron en sus cuerpos hacia distintos lados de la playa vacía. Me rodearon
al gastarme todas las balas. Levantaron sus objetos filosos al unísono y
decidieron cortarme ambas piernas y brazos. Al tener mis extremidades en su
posesión, pasaron a convertirse en brazos y piernas metálicas. Lo que parecía
hacerles muy felices al poder intercambiar sus partes más oxidadas por unas
nuevas. Se dispusieron a marcharse; pero, una de ellos, se acercó a mí mientras
me desangraba y gritaba de dolor. Abrió su mano izquierda lo más que pudo, y
por algún acto de dignidad, mis heridas cerraron y yacían limpias, como si
hubiera nacido sin extremidades, no había cicatrices. Ya no sentí dolor, ya no
sentía nada… Me levanté con mis muñones donde antes estaban mis piernas, y sólo
pude verlos borrándose a aquellos entes en el horizonte de aquella playa
lóbrega. Mi vida continuó, nunca más volví a saber de ellos; y por alguna
extraña razón, todos mis conocidos tenían el falso recuerdo instalado como
verdadero, de que yo toda la vida y desde mi nacimiento hasta la actualidad, no
tenía piernas ni brazos. El tiempo siguió su destino, y morí creyendo en esa falsa
realidad, que aquella multitud de seres extraños y diabólicos, nunca
existieron…
J. N. R.