Aniversario líquido

 

Nuestro primer aniversario de novios, y no sé cómo, Manuela me ha aguantado todo este tiempo, con todo y bajones y subidones. Hemos estado al borde del colapso de la relación, pero mis torpezas estarían por tener un finiquitado límite. ¿La verdad? No me veía sin ella, mi amada Manuela.

Ahí estábamos, primer aniversario, ¿lugar? En la fila para subir a un juego mecánico: la horrible montaña rusa. Mi estomago comenzó a burbujear de manera tenue.

Gente, risas, nervios, mi atrevimiento a subirme a esta clase de atracciones, cuando desde niño, tuvieron que bajarme porque mis gritos eran extenuantes y parecían que estaban matando a un niño pequeño en plena subida hacia lo más alto de la montaña rusa.

Años más tarde, ahí estaba de nuevo. No debí desayunar ese licuado verde con ingredientes que desconocía, pero que, Manuela sabía que me hacían “bien”, pensaba mientras el rugido de mi panza comenzaba con su gran sacudida telúrica, desde mi duodeno hasta la boca de mi estómago.

Nuestro turno para subir a esa experiencia infernal había llegado. Manuela se subió con toda la tranquilidad posible; en el primer carrito de hasta adelante, hacia nuestro gran viaje de excitación extrema. Mis piernas temblaban, las gotas de sudor pasaban lista y ardían sobre mi frente un tanto húmeda. No podía fallarle a Manuela, y menos, en nuestro primer aniversario de novios. Tenía que tomar valor, sacar coraje desde lo más profundo de mis entrañas. El tubo de protección del carrito bajó de manera brusca apretándome el estómago. El cinturón de regalo de aniversario que me dio Manuela, lo había apretado demasiado aquel día y ya no podía aflojarlo a esas alturas. Me aferré al tubo, los carritos del juego mecánico comenzaron a ascender lentamente de manera sepulcral hacia su destino. La subida para el declive era cada vez más y más vertical. El jugo verde quería salir levemente sobre mi boca. No podía dejar que Manuela me viera vomitar antes de la caída libre de la montaña rusa. Aguanté, me tragué el poco líquido que quería asomarse desde los adentros de mi garganta. Apreté la mano de Manuela muy fuerte en plena punta antes de descender de manera brusca. Ella; yacía emocionada, yo; yacía con el rostro morado. Quería gritar, pero temía que si abría la boca, todo el jugo saliera en dirección a todos los pasajeros de los carritos de atrás y en trayectoria hacia mi querida Manuela. El juego mecánico continuó su curso: subidones, bajones, mas vueltas completas de cabeza. Ella lucía un rostro de éxtasis…

En dicha atracción, al final, te tomaban una fotografía mientras suscitaba el trayecto. Ya no aguantaba, estaba por terminar el recorrido, en una bajada muy empinada solté a Manuela, ella alzó ambos brazos en señal de euforia. ¿Yo? Cerré con fuerza mis ojos y mi boca se abrió con extremada fuerza, formando así, una gran letra “O” en mi boca. El líquido salió expulsado con tremenda pujanza en dirección hacia el rostro de Manuela que, yacía con la boca abierta en señal de una alegría intensa. Se tragó y probó así, dicho sea de paso, su propia preparación de jugo verde que realizó aquella mañana. Un flashazo se hizo presente; la fotografía guardaría el suceso para la posteridad, donde en dicha imagen impresa, mi ahora expareja, salíamos compartiendo en ese instante, una gran cantidad de líquido verde de manera un poco peculiar, y, en nuestro primer gran aniversario.

J. N. R.

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