Asistencia
La profesora Rosalba se encontraba tomando
lista a sus alumnos en aquella mañana acalorada: «¿Raúl Landeros? Aquí,
maestra. ¿Everardo Martínez? Presente. ¿Carla Neruda? Aquí, Miss. ¿Alejandra
Orduña? ¿Alejandra Orduña…?» La vista de la maestra se despegó fuera de la
lista en dirección hacia sus alumnos. Al levantar la mirada, se encontró encañonada
en la sien por un arma corta de 9 mm.
—¡Presente, maestra!
—respondió Alejandra, pasando asistencia mientras detonaba el arma de fuego.
La maestra pudo hacerse algunos cuantos centímetros para atrás por mero reflejo y, voltear su rostro de perfil ligeramente. El disparo ejecutado: se incrustaría en el medio rostro de la maestra Rosalba, mientras chorreaba de una cavidad floreada proveniente de un rostro sin nariz y sin labios. Aquella pequeña niña sacó de su mochila una ouija de madera. La situó de frente a sus compañeros e hizo una pregunta al artefacto: «¿Debo dispararles a mis compañeros?» La respuesta fue un rotundo…, no. La policía junto con la ambulancia, arribaron. La escena dentro del aula de clase era aterradora. Alejandra se sentó a esperar con una gran sonrisa de oreja a oreja. Sus compañeros estaban en un rincón del salón muertos de miedo; algunos con rastros de orina entre sus uniformes escolares.
***
Los años pasaron, nueve
para ser exactos. Rosalba tras varias cirugías de reconstrucción facial,
consiguió empleo de empacadora en un supermercado. Su rostro era aún deforme,
usaba una máscara de color carne; pero era de un material un tanto
transparente. Su mirada se encontraba fija en unas toallas femeninas mientras
las guardaba en una bolsa de tela. Al alzar la vista, se encontró con un rostro
familiar, era Alejandra Orduña, ahora de dieciocho años, estaba acompañada de
su posible pareja. Alejandra pasó algunos años en la correccional de menores, dentro
de esta, tuvo una redención devota altamente cristiana: rezos, agua bendita y,
una gran cruz sobre sus nuevos pechos de adolescente. Al salir de dicha institución,
ella retomó su vida de manera pacífica; dedicada a ayudar a su comunidad
religiosa. La ex maestra Rosalba, se llenó de mucho coraje al verla tan feliz,
mientras sostenía la mano de aquel chico que, lucía un poco mayor a comparación
de su ex alumna: camisa fajada, cabello peinado, rastro ligero de un nuevo
bigote. Él cargaba la santa biblia en una mano. Rosalba no lo pensó dos veces y
le arrebató aquel libro de pasta dura al joven puberto. Ellos no hicieron nada
mas que ponerse extremadamente pálidos al voltear y ver a una extraña saltando hacia
sus rostros…
Una mujer adulta con
máscara, destrozaba el rostro y cráneo de unos jóvenes cristianos. Era algo que
no se veía todos los días.
J.
N. R.