Perversión finita

 

La luna se convirtió en un flagelo constante de tu cuerpo enflaquecido y erizado. Repaso aquellos susurros cruzados debajo de nuestra constelación de sábanas interminables. Sobresalían las voluntades por encima de nuestro individualismo preñado de palpitaciones aceleradas. La regadera era nuestro protocolar de suspiros bajo los rayos del agua salpicando a nuestros pómulos rojizos. Las carnes mojadas envueltas en descaradas caricias que aún siento al recordar tu expresión facial envuelta en lujuria. Ahora la tierra te acaricia junto con los gusanos que devoran tu cáscara humana. Reinvierto tristezas de haberme convertido en un obsesionado de tu aliento cálido. Era un adicto a tus mejillas clavadas a las mías mientras el acto de penetración endulzaba a nuestras lenguas bulliciosas. Reparo en mil maneras el discurrir de tu finitud esparcida en un plano terrenal que no me deja tocarte mas. Siento un sismo de perversión sobre mi falo al imaginarte cada noche retorciéndote bajo la luz callada. Era un sediento de tus pezones color café del tamaño de aureolas. Tus pechos reabastecían mis delirios en su firme atmosfera de suavidad. El sol nunca fue testigo de nuestras más ocultas tentaciones. La discreción era cosa nuestra. Amaba a tu soltería nocturna y efímera. Odiaba a tu vida armada tan llena de materialismo y ostentosidad. El matrimonio te sentaba bien pese a la indiferencia de tu marido ausente. En la actualidad, él ya tiene a alguien más, y tus hijos parecen extrañamente felices con su madre postiza. Pero para mí no ha pasado la devastación, el cáncer nos despojó de nuestras aventuras más evangélicas, las más siniestras… Ahora sólo me quedan los sueños amargos de aquella y tan nuestra, perversión finita.

J. N. R.

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