Delirio extendido
Bajo la extensa palma de oro, se acuñaba
el tierno resplandor del atardecer. Los inmensos ojos amarillos pestañeaban de
manera sincronizada en aquel planeta rojo sin mucha vida habitable. Solíamos
acampar en dicho planeta de manera constante. La gran mansión negra se extendía
por el gran rio de agua dorada, colocado de modo artificial. La hora del vino
había llegado. Todos los invitados lucían elegantes y ostentosos trajes
espaciales para la celebración del 240 aniversario de mi nacimiento. La pizza
de anchoas seguía siendo mi favorita. Ese platillo fue mi aportación como
representante del planeta Tierra. La gran mesa roja, con sus finos adornos de
plata estaba servida. Seguían llegando cohetes y demás naves de arquitectura
extraña al gran estacionamiento rocoso. Los brazos humanoides con tentáculos
alzando las copas no se hicieron esperar. La noche llegaría junto con las dos
lunas del planeta rojo. Fue un festín elocuente y nada humilde en su totalidad.
Se sirvieron los platillos más exclusivos de cada sector de la galaxia
conocidos (esperando que la pizza de anchoas pase como patillo exclusivo).
Todos los asistentes quedaron fascinados ante la exquisita y múltiple
diversidad gastronómica. Culminada la ingesta de alimentos y bebidas, había llegado
la hora del goce e intimación carnal, en cada ente yacía un instinto para zacear
sus más íntimas fantasías. La gran mansión negra gozaba de múltiples salas de goce
sexual y habitaciones ocultas, había pasillos extensos donde era muy fácil
perderse y ocultarse de los demás invitados. Mujeres, hombres y criaturas
humanoides intercambiaban fluidos en aquella noche especial para mí. Yo no
quise contratar a nadie para querer intimar, era un ser solitario que le
gustaba ver todo por cámaras en mi habitación secreta. En dichas cámaras podía
ver cada rincón de la mansión, podía apreciar todo acto de perversidad en dicho
recinto. No me causaba placer el observar a cada invitado de lejanos lugares, enfrascarse
de manera desquiciada en los mismos instintos y deseos sexuales que otras
especies en los alrededores de la galaxia en este sector. Lo que me resultaba
interesante, era apreciar el comportamiento de otros seres vivos en el Cosmos.
Me sentía como un pequeño Dios que apreciaba la vida en su más íntima
convalecencia. ¿A qué estaba predestinada la vida en el Cosmos? ¿Cuál era el
motor principal de que nuestra presencia viva circulara en un espacio que
pronto colapsaría debido a la entropía del universo? Que, por cierto, se
aceleraba cada vez más deprisa. En aquella habitación oscura, mi rostro
salpicado por el brillo de las distintas pantallas lucía contemplativo,
sostenía una copa de vino de cristal negro mientras estaba postrado en un gran
sillón al centro del cuarto. En cada pantalla podía apreciar a las mentes más
virtuosas volverse presa de los más bajos actos posibles que su racionalidad no
comprendería, ya que todos estaban alcoholizados. Eran simples bestias irracionales
que obedecían a deseos extraños y poco convencionales. No había máscaras, eran
ellos en su naturaleza más pura. ¿A qué estaba destinada la vida? Tanta
evolución e innovación, y todavía no había la certeza de un creador. ¿Quién
pudo crearnos y hacer que nos juntáramos en dicha mansión en un planeta lejano?
Tuve que apagar las cámaras, salí de la habitación, no sentía nada, ni
desconsuelo, ni enojo, ni tristeza, ni desesperación. Me sentía mudo, sin
emoción alguna. Cumplía un año más de vida y nada tenía sentido. En el extenso
pasillo pude contemplar un gran cuadro, perteneciente a la familia de la
mansión donde alquilamos todos los invitados a la reunión presente. Era el
cuadro de una familia extraña. Cada uno de los integrantes del cuadro lucía un rostro
sin emociones, sus rostros con escamas y unos inmensos ojos amarillos
incrustados que, me causaban concebir por fin algo, comprender algo macabro,
algo… perverso. Finalmente podía sentir una sensación, pero no solo la sentía
para mis adentros, sentía cómo toda la mansión, junto con el planeta rojo,
palpitaban bruscamente… Un terror absoluto se apoderó ante mi falta de emoción
por seguir viviendo tantos años. Me sentía humano de nuevo. Pero el miedo
delirante nunca se iría, estaba en cada rincón del Cosmos. Le tenía miedo a la
futura oscuridad, y a esos ojos que todo lo veían, a esos ojos amarillos de
reptiles. Incluso cerrando mis ojos los podía sentir mirándome. Había pasado ya
muchos cumpleaños sin sentir emoción alguna, y ahora, podía volver a sentirme
frágil, humano. Todo estaba por terminarse, por hundirse en la oscuridad… ¿Acaso
ese era el destino de todo? Finalmente, todo acabaría con la brevedad de un
pulso, de un pestañeo, de un delirio extendido…
J. N. R.