Gota a gota

Lluvia mía, testigo de mi devoción. Con cada gota aterrizada en la ventana, mi mente me devuelve a un gran caudal de imágenes descompuestas por el tiempo. Ya no soy aquel niño que anhelaba abrazar las horas, minutos y segundos. Se remueven nostalgias, sacadas al desgarre y con la violencia que mi curiosidad anhela devolver a la memoria estancada. Se van acumulando las gotas en mi ventana junto con los recuerdos tensos, aquellos disgustos que se vuelven claros, nítidos, más explícitos. ¿Cómo volver a esos tiempos sin romperse en pedazos? Me siento una sombra que contempla una vida real que yace lejana, un tanto ajena al presente. Me siento un fiel testigo ante el cúmulo de desgarres en el pecho. Todo brota, todo se vuelve acomodar en el espacio que yacía vacío y olvidado. Se reajustan las calamidades, ciertas sonrisas que la vida había dejado fijas en los recuerdos; pero por ciertos eventos, a la vida se le olvida dejar los cuadros en la pared blanca de mi memoria. Me siento un niño nuevamente que descansa el llanto por contemplar las gotas de lluvia en la ventana fría. Vuelve mi ternura ingenua, vuelven los colores rojos, azules y verdes. Huelo la humedad y el candor del vidrio empañado por mis suspiros cortados. La luna se distorsiona en la ventana húmeda. Las luces de los vehículos les otorgan cierta vestimenta a las gotas, autorizándoles cierta certeza de elegancia y baile. Me siento de nuevo un espectador en un gran recital de baile. Siento como cruje cada gota en sus resbaladizos pasos hacia el vacío del aplauso extendido. La música se hace presente, no es audible en su totalidad, pero la siento ahí presente. Gota tras gota va pasmando la realidad alterada del exterior, volviéndola más lejana, más borrosa, más incomprensible a mi ingenuidad basta. Gota tras gota los recuerdos se van afinando, convirtiéndose en sinfonías cortas; pero infinitamente sinceras y bellas. Gota tras gota se va humedeciendo mi corazón que late lento ante la pasividad de contemplar los recuerdos. Gota tras gota vuelvo a un lugar que ya no existe. En cada gota hay un gramo de felicidad. Mi actual soledad no dimensiona el espectáculo de gotas, no quiere salvar a cada pequeña gota de su destino escurridizo. Mi soledad solo quiere contemplarlas, sentir que las toca, pero no las toca por el escudo del frío vidrio. Está lloviendo frente a mi ventana, y la vida se me abalanza, gota a gota. 

J. N. R.

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