Instinto

Un instinto, un pueblo abandonado, mas la sangre derramada de inocentes bajo las nubes cargadas de relámpagos.

Gabriela era una niña distinta, le gustaba…, no; mejor dicho: le resultaba sublime apreciar la sangre. Comenzó con los animales del pueblo, coleccionaba cabezas de diferentes animales silvestres. Un día, casi me desmallo al encontrar la cabeza de nuestro perro Mike metida en su casita de muñecas.

Las cosas empeoraron, siguió con los pueblerinos del lugar. Algunos vecinos nos tiraban piedras o intentaron hacerle daño a mi hija; pero, de manera inexplicable, las personas que se metían con ella; desaparecían del pueblo. La sangre no dejó de correr. Busqué muchas respuestas inciertas que me hacía con cada pregunta al destino o a la vida. No tenía idea de qué le sucedía a mi Gabi. Recurrí a la ciencia, a los médicos, a recetas caceras, y nada. Mi última opción fue la iglesia. El padre Moisés fue el único interesado, sintió en mi mirada, una verdadera necesidad de ayuda. Él sabía que Dios lo había preparado para salvar a mi hija. Mi horror se incrementó al ver su cabeza colgando sobre la ventana del cuarto de Gabriela. Era una cabeza con un rostro desvanecido, envuelta en sábanas con ilustraciones de la muñeca Barbie. La policía arribó, llegaron tres patrullas que se estacionaron de manera violenta sobre el jardín. Al abrir las puertas de sus patrullas y colocar sus pies sobre la hierba, sus pies se derritieron. Mi hija abrazaba a su peluche mientras sonreía ante el espectáculo que contemplaba desde el ventanal de la sala. Tras múltiples policías muertos, siguieron llegando más y más. En ocasiones los dejaba salir de sus patrullas y sólo bastaba con que frunciera el ceño, para así arrancarles con la mirada sus extremidades. En una ocasión me preguntó que qué era eso que tenían los hombres entre las piernas, le tuve que explicar con la voz temblando. Ella al tener un poco más de información, le causaba mucha risa el sólo desprenderlos de sus miembros y testículos para ver cómo se retorcían de dolor.

Llegaron helicópteros, militares, agentes especiales, la fuerza armada, la marina, y su habilidad fue creciendo. Ahora ya no les arrancaba nada, sólo los convertía en gusanos de tierra. Y a los aviones de combate en bellas mariposas. En una ocasión lanzaron un misil que era muy similar al de las bombas atómicas. Gaby sólo volteó ligeramente, convirtió al misil en osito de peluche, y prosiguió con su acto de dibujar en su habitación. Dejó de parecerle sublime la sangre. Ahora sólo se limitaba a crear seres extraños provenientes de su imaginación a la realidad. Las naciones se unieron y colocaron un gran domo en un gran radio de nuestro pueblo. Ella no le importaba, sólo se limitaba a jugar con aquellas criaturas amorfas y en ser eso, una niña con su instinto de jugar. 

J. N. R.

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