Extraña percepción

La estructura de la realidad no comprendía lo que el conejo azul gigante valoraba en mí mientras todos reían ante los chistes de la maestra Bernarda Quinteros. Sólo yo podía apreciarlo, apenas y cabía en el salón de clases. Torcía su cabeza de un lado a otro para poder estar de pie sin estar en cuclillas. Portaba una bufanda de diferentes colores primarios. Lucía preocupado, tenía una mirada exaltada con ojeras muy marcadas. De sus grandes dientes relucía un poco de saliva espumosa. Sus orejas eran inmensas, abarcaban la mitad del techo en el aula de clase. Por alguna extraña razón entró mientras una compañera dejó la puerta abierta tras haber ido al baño. Me sentía un poco inquieto, no era la cafeína, no había consumido ninguna droga o estupefaciente que alterara mi percepción. Él sentía lo que pasaba dentro de mi cabeza al estar rodeado de tantas personas: Las voces agudas de algunas compañeras, el arrastre de bancas, el sonido de un empaque de galletas, la resonancia de plumas siendo constantemente presionadas para que salgan y entren las puntas de aquellos utensilios escolares. La competencia fonética por llamar la atención de la maestra. Todo es un caos sonoro dentro de mi cableado neuronal. No me explico cómo puedo aguantar tanto tiempo fingiendo ser una persona normal que entiende los códigos sociales, pero que en el fondo realmente no los comprende. El conejo gigante sí puede entenderlo, aunque su gesto facial de locura me preocupa más que todo lo que suscita en mis percepciones cognitivas. Intento autorregular la sobre carga de estímulos sensoriales con un juguete para el estrés y la ansiedad. Pero el conejo sólo me ve con más morbo, como si estuviera ante un plato enorme de lechugas con zanahorias hervidas. No entiendo por qué tiene esa cara de enfermo desquiciado al verme sufrir ante un sistema de reglas sociales que, para mí; es una jungla animal donde la mayoría de las personas se manejan por medio de sus impulsos más primitivos. El sonido de un camión me hace regresar a la realidad. El conejo se ha ido. Pero todos me están mirando con repudio al no contestar a la pregunta de la maestra Quinteros. Siempre me ven de manera despectiva cuando todos se ríen de sus chistes menos yo. A veces quisiera que regresara aquel misterioso conejo, aunque sería agradable que no tuviera esa expresión de locura desenfrenada, y apelara a una expresión tranquila y me invitara a jugar ajedrez en la cafetería. Pero no creo que suceda dicho anhelo. En este mundo neurotípico, todos están locos…, y sí, algunos imaginamos criaturas peculiares para mitigar la locura normalizada ante la competencia por algún día atrapar a aquel conejo sabiondo que se dice dueño de la verdad.

J. N. R.

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